El poeta Horacio se refirió a ese gran honor que es morir por la patria. Actualmente, la idea de morir por nuestra nación y los ideales que supuestamente representa se ha deteriorado, afortunadamente. Pero persiste la idea fundamental que nos dice que debemos defender hasta la muerte los ideales que creemos correctos.

Durante el siglo pasado, Wilfred Owen, escribió un poema que se titulaba como la frase; sin embargo, en su obra mencionaba que era una mentira. Decía que, en ningún supuesto, la guerra puede verse como la defensa de los ideales propios o nacionales, pues ésta es un matadero al que van los jóvenes a morir por interés de los políticos o de los empresarios.

Esta introducción me permite presentar lo que considero un análisis importante sobre las declaraciones recientes del presidente electo de los Estados Unidos de América que declaró la guerra a los grupos del crimen organizado que, dijo, operan en México como terroristas. No tenemos registro reciente de una clasificación de un grupo como terrorista en México, lo más cercano sería el precedente de Doroteo Arango, quien invadió una ciudad de Nuevo México, Estados Unidos en 1916. Sin embargo, la experiencia de la región de Medio Oriente podría darnos luz sobre las consecuencias que esta clase de declaraciones genera.

En el año 2002, en el marco de los llamados ataques terroristas a los que respondió la implementación de la Ley para unir y fortalecer a los Estados Unidos mediante la provisión de las herramientas adecuadas necesarias para interceptar y obstruir el terrorismo (US PATRIOT ACT) y la invasión en Afganistán, el entonces presidente George Bush mencionó 12 veces la palabra guerra en su discurso ante el Estado de la Unión. Entonces, de forma extraoficial, anunciaba la necesidad de invadir a Irak e Irán, todo con la justificación del combate al terrorismo.

Lo único que trajeron las acciones barbáricas del gobierno estadounidense son dos cosas: la primera, todo un sector de la industria cinematográfica dedicada a narrar el sufrimiento de los veteranos que, al volver a casa padecen las consecuencias de la violencia y la tragedia de la falta de acceso a programas de salud psiquiátrica, y segundo, las consecuencias políticas y sociales para los países de Medio Oriente -donde operaban grupos extremistas como Al Qaeda y el Estado Islámico- y, por consiguiente, para sus habitantes.

Las acciones del ejército estadounidense se pretendieron justificar siempre bajo el llamado derecho de guerra; el problema es que atentaron no sólo contra los miembros de los grupos conflictivos, sino que existieron víctimas colaterales y escándalos de corrupción, o mejor dicho  de una cultura de dinero infinito dentro del pentágono de Estados Unidos. Sólo a particulares con acceso a los contratos del Departamento de Defensa les convenía un conflicto armado. Ante un estado de emergencia como lo es el combate al terrorismo, lo importante no es el gasto, sino garantizar el suministro de bienes para el ejército. Muchos dirían que sólo el partido republicano fue capaz de combatir el terrorismo (y a la población que les rodeaba). No obstante, durante el mandato del entonces presidente Obama, desde 2012, se admitió el uso de drones para ataques ilegales en contra de Al Qaeda, a pesar de generar víctimas colaterales, es decir, civiles que no tenían relación alguna con el grupo terrorista.

Ahora en México, personas como el presidente nacional de jóvenes republicanos, una asociación que pretende ser partido político con registro nacional, aplaude la decisión del próximo presidente estadounidense. Pero tal parece que la única justificación que da es que a MORENA le molesta por los vínculos que tienen o pueden tener con estos grupos. Pero lo que ignora por completo este grupo es que el ejército estadounidense, independientemente de su potencial estrategia, podr{ia dejar víctimas colaterales, como sucede hoy en día con las víctimas que deja tanto el ejército de la Secretaría de la Defensa Nacional, de la Marina Armada de México y de la hoy Guardia Nacional.

El problema de querer solucionar los problemas de narcotráfico, seguridad y corrupción no se van a solucionar con un ejército, mucho menos con dos de ellos (el mexicano y el estadounidense). En todo caso, que se solucione el problema, los beneficios se verán en nuestro vecino del norte, porque en México, sólo veremos los restos del sufrimiento que deja el ejército y sus acciones “sustentadas” por el derecho de guerra, pero violatorias de los derechos humanos.

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