En estos tiempos, se vuelve más difícil que haya acontecimientos capaces de sorprendernos, cuantimenos si a temas de política nos referimos, pues si existe una quimera moderna, esta tiene piel y sangre de partidos políticos. El Frankenstein más recurrente en los últimos años ha sido la alianza PAN-PRD.
Ahí tenemos que el partido del Sol Azteca en la Asamblea Legislativa y la comitiva capitalina cerraron filas con su dirigencia nacional, encabezada por Alejandra Barrales, aunque en la Ciudad de México reconocieron que podrían buscar alianzas con otros partidos de izquierda, incluso con el PAN (qué sorpresa), pero descartaron hacerlo con el PRI porque sus estatutos lo prohíben.
Raúl Flores, el líder del PRD en la CDMX, destacó que ganar la capital y sus alcaldías en 2018 «no es una batalla perdida» por ello dieron la bienvenida a personajes como René Bejarano y pese a que no han estado prosperando sus coaliciones con Acción Nacional, tienen un «espectro amplio de alianzas».
En un documento de diez puntos, señalaron que la militancia debe estar con la dirigencia nacional, rechazan la «política unipersonal o de culto a la personalidad», y si bien respaldan a Miguel Ángel Mancera, para contender por la presidencia, confirman que respetarán lo que avale y mandate la dirigencia del partido (por ejemplo, otra alianza con el PAN).
Pese al fantasma que los persigue y que consigna: «Lo peor para un perredista es discutir con otro perredista» ellos confían en que sus diferencias se dirimirán en los órganos internos, que los dirigentes del partido dejarán el escritorio y apoyarán a los delegados y así será como se comprometan con sus conquistas logradas.
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