Libertinaje: Libertad excesiva y abusiva en lo que se dice o hace.
Libertad de expresión: elemento crítico para la democracia, el desarrollo y el diálogo.
Este fin de semana se dio un suceso que, si no bastaba para dividir aún más a los detractores y simpatizantes de cierto candidato a la presidencia de México, terminó por atentar no solo contra una persona, sino también contra el arma más valiosa y poderosa de cualquier periodista: la libertad de expresión. Sin embargo, ¿hasta dónde es válido opinar y qué es correcto opinar?
Esta pregunta día a día se torna más difícil de responder, ya que hemos entrado a una época donde lo gracioso e irónico ―siempre vistos como armas de doble filo― se vuelven más letales, pues en un mundo que trata de ser cada vez más «políticamente correcto», la libertad de expresión (y hasta de ideología) se ha tornado en sinónimo de intolerancia ¿Por qué? Fácil, pues así como ahora todo mundo debe tener especial cuidado con qué se dice y cómo se dice ―debido incluso a la violencia que representa un hecho tan simple y que incluso pareciera inofensivo como lo es el cambiar una sola vocal en algunas palabras―, también hay quienes se sienten con el derecho de opinar hasta las más viles falacias bajo el manto del derecho a opinar.
Y es que hay una enorme diferencia entre opinar y debatir en comparación con atacar (como quien sin escrúpulos llama «weyes» a tres jóvenes victimas disueltas en ácido), ya que mientras la opinión y el debate son más delicados y tienden a contar con argumentos e incluso hasta valoraciones (por supuesto, siempre manteniéndose en el límite del respeto), lo segundo puede ser una simple tanda de palabras en el que se deja de lado el mensaje para agredir al mensajero (falacia ad hominem). Enfoquémonos solo en lo primero.
Cuando se es líder de opinión uno debe estar consciente, no de a quién se le dice algo (libertad de expresión), pero sí debe comprender qué se le dice y cómo se hace (libertinaje). El ejemplo más claro de esto lo tenemos en lo acontecido este fin de semana, cuando cierto personaje compartió un tuit en el que, supuestamente, dos palabras bastaron para tergiversar una idea.
Aquí no se trata del típico «el que se lleva y no se aguanta», pues el periodista responsable del tuit ―junto con otros detractores de la persona hacía la que fue lanzada la pedrada― se sintió ofendido al ver coartada su «libertad de expresión». Sin embargo, esto resulta por demás hilarante cuando se sabe que dicho comunicador, durante años y años, ha estado libre de los grilletes de la censura, y ahora que, por primera vez, sus puntos, comas y frases se ven entorpecidos por una simple imagen que incitaba al odio y hasta al asesinato, se siente herido y víctima de la intolerancia por algo tan «inocente» que él solamente compartió.
Lamentablemente, esta libertad para decir y opinar sobre cualquier tema se ve pervertida por aquellos que piensan que la verdad (su verdad) es única y absoluta. Como dijimos, no se trata de apuntar y señalar a quienes expresan sus (controversiales) puntos de vista sobre tal o cual cosa; sino de saber hasta qué punto termina el diálogo y el razonamiento, y en qué momento comienzan el odio y la intolerancia.
Israel Yerena
HOY NOVEDADES/LIBRE OPINIÓN