Alrededor de las 11:00 horas, Centro de México, el magnate Donald Trump se convirtió, oficialmente, en el presidente número 45 de Estados Unidos, y todos nos hemos quedado boquiabiertos ante la incertidumbre; y cómo no hacerlo ―querido lector― si en un principio tomamos como un chiste de muy mal gusto el deseo de Trump de competir por la presidencia de uno de los países más fortalecidos económicamente del planeta Tierra.

 

Alrededor de las 11:00 horas, Centro de México, el magnate Donald Trump se convirtió, oficialmente, en el presidente número 45 de Estados Unidos, y todos nos hemos quedado boquiabiertos ante la incertidumbre; y cómo no hacerlo ―querido lector― si en un principio tomamos como un chiste de muy mal gusto el deseo de Trump de competir por la presidencia de uno de los países más fortalecidos económicamente del planeta Tierra.

Durante mucho tiempo, nos engañaron con el discurso de que lo histórico era sinónimo de pasado, y no contrarrestamos esa postura ideológica, por el contrario, abogamos por la desaparición de una de las materias más aburridas de la educación. Quizá si hubiéramos puesto atención en las clases de Contexto histórico del romanticismo y Causas, consecuencias y locuras de la Segunda Guerra Mundial, no nos hubiera pasado imperceptible el discurso nacionalista de Donald Trump.

Antes de que Donald Trump tomara protesta, se destacó la importancia de que ese cambio de poder se realizara pacíficamente, y sí, fue tan pacífico que en diversas partes del mundo se llevaron a cabo protestas y disturbios, como los de Washington, donde se rompieron vitrinas de comercios y parabrisas de automóviles.

El magnate, ahora Presidente de Estados Unidos, abogó por la unidad y la solidaridad estadounidense; su discurso fue de colectividad, pero sólo dentro de los límites de lo que se reconoce como norteamericano. Comenzó resaltando la victoria de las familias de ese país que han luchado por su tierra, sí, las familias, las que festejan su triunfo y no pertenecen a esa «minoría» contra la que despotricó, Donald Trump, por no pertenecer a su nación, por ser diferentes, por tener una religión y hasta una condición física «distinta». Seguimos negando a la otredad.

El NAZIonalismo de Trump también se vislumbró cuando expresó su inconformidad ante las decisiones de expresidentes norteamericanos de enriquecer a otros países, llevando trabajo con sus fábricas En México, los Starbucks contratan a empleados mexicanos y los mexicanos, a pesar de que nuestro país produce café de mayor calidad, consumen en esos establecimientos, y, como es evidente, los que se enriquecen no son los consumidores, sino esa pequeña minoría dueña de esas empresas que predican globalización.

Con su discurso, Trump parece querer retroceder en el tiempo, acabar con la globalización, que según él, no beneficia al país norteamericano.

El magnate también criticó el uso del ejército gringo en territorios ajenos a su nación, por considerar que es una pérdida total de recursos y de tiempo, cuando debería emplear ese dinero para defender sus fronteras.

Sin hacer mención del muro, Donald Trump hizo referencia a la protección de sus fronteras, que son los límites entre lo que él considera como bueno y lo que es diferente, lo mexicano que él imagina como negativo, como sinónimo de delincuencia y narcotráfico, negando completamente el hecho de que los estadounidenses son grandes consumidores de lo que se produce en otras regiones.

Para Trump, las fronteras abiertas no representan retroalimentación cultural, ni abre nuestras mentes a otras culturas, otras formas de pensar, actuar y concebir el pensamiento mítico y religioso; de acuerdo con el magnate, las fronteras abiertas destruyen los trabajos, otras naciones se roban a sus empresas y la delincuencia que no existe en Estados Unidos, sólo en otros países, se expande en su territorio.

Para Trump, los otros países nos hemos robado sus empresas, la colonización económica estadounidense es un mito, frente a este nuevo discurso nacionalista, no es cierto que  haya fuga de capital, porque en territorio mexicano se consumen en grandes cantidades los productos de esas empresas gringas, que no venden calidad, sino marca.

El nuevo presidente refirió a la Biblia en su discurso de unidad, «qué maravilloso es cuando el pueblo de dios está unido», pero nosotros no somos ese pueblo, nosotros no pertenecemos a ese discurso, las fronteras nos excluyen, nosotros, lo diferente, lo otro, somos quienes nos tenemos que someter a sus caprichos y decisiones.

La Biblia se vuelve excluyente en el contexto actual, por eso pueblos como el mexicano y el palestino estamos a la incertidumbre; nosotros, porque somos el enemigo que expande sus malas mañas en territorio norteamericano; los palestinos, porque Trump sabe que los israelitas son el pueblo de Dios, y los apoya, no extraña que hubiera un representante judío en la toma de protesta o que el magnate declarara que colocará su embajada en Jerusalén, la capital Palestina que pretenden desaparecer.

Donald Trump juzga, los prejuicios invaden cada uno de sus discursos, al igual que el nacionalismo; él se siente con el poder de señalar a los antagonistas de la historia. Y justo en este momento, la ficción rompe sus fronteras: Así como en la serie Death Note, Light Yagami escribe los nombres de los indeseables en un cuaderno de shinigami (ángel de la muerte), para arrebatarles la vida y hacer un mundo más justo, Donald Trump escribe en los diarios internacionales, los nombres de sus enemigos, que pueden ser empresas, naciones, grupos religiosos y ciudadanos.

Detrás del nuevo presidente de Estados Unidos, perece percibirse la silueta de algún shinigami que viene a divertirse con la humanidad.

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