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Orgía deportiva

Tuvieron que pasar más de 20 años para que un tenista que no se ubicara entre los primeros 100 del ranking ATP derrotara al número uno de la clasificación. Esa fue la presentación en sociedad de Nicholas Hilmy Kyrgios, quien venció en octavos de final de Wimbledon a Rafael Nadal.

Aquel primero de julio de 2014 el joven australiano de apellido griego saltó a la cancha del All England Club con una andar y actitud desafiante, ataviado por unos audífonos rosa mexicano que sobresalían entre la indumentaria blanca que es obligatoria en el Grand Slam inglés. Kyrgios asumía perfil bajo sabiendo que su rival era el centro de atención. Sin embargo, esto no le impidió soltarse en el duelo deportivo y sacar lo mejor de sí.

Durante las 2 horas y 58 minutos que duró el enfrentamiento, Nick tuvo 37 saques ace, el último de ellos le dio el triunfo. En la siguiente ronda fue eliminado por el canadiense Milos Raonic, pero aquella exhibición contra Nadal puso al joven en la mira del mundo del tenis. Y él respondió a su manera.

Cuando se pensaba que su calidad lo llevaría a la consagración en el tenis el australiano optó por hacerse notar de otra forma. Sus actitudes inmaduras, retadoras e irresponsables, así como los colores extravagantes de su vestimenta mandaron sus aptitudes deportivas a un segundo plano.

Pareciera que al joven Nick le llegó demasiado pronto la invitación para codearse con los mejores del mundo y eligió vivir su inmadurez infantil para dejar las responsabilidades de lado. Tal vez es su forma de manifestar la frustración que le hicieron sentir sus padres al orillarlo a dedicarse al tenis cuando él prefería el basquetbol. Muestra de ello es que tiene más escándalos que títulos. Su primer torneo lo ganó hasta 2016 en Tokio, en el mismo año obtuvo dos más, en Atlanta y Marsella; hasta 2018 levantó el cuarto, en Brisbane. Todos torneos menores. En cambo su historial de desfiguros es amplia…

Nick ha sido capaz de romper tres raquetas golpeando el suelo en diez segundos; reclamarle de forma airada, por dos minutos, una decisión a un juez de silla; hacerse el dormido tras perder un set contra Murray; decirle a Wawrinka que su novia se había acostado con el tenista Kokkinakis; todo esto sobre la cancha. La travesura más grande fue tal vez la que hizo en el torneo de Queen’s el año pasado, cuando agitó una botella de plástico simulando una masturbación que concluyó arrojando agua  al piso. Este chistecito le costó una multa de 15 mil euros.

Ahora Kyrgios tiene ante sí la posibilidad de enderezar el camino. El australiano acaba de ganar el Abierto Mexicano de Tenis en Acapulco con las actitudes rebeldes y desafiantes que lo caracterizan pero con una señal divina de por medio: en el camino venció  a Nadal.  Al ganar el título el hoy joven de 23 años refirió que necesita «ser más disciplinado» y que ya medita la posibilidad de tener un entrenador por primera vez en su carrera.

Freud dijo que «infancia es destino», y Nick podría tener en esta frase el futuro de su trayectoria como profesional. Puede elegir la infancia simbólica, la tenística que inició aquella tarde en Wimbledon en la que le ganó al número uno del mundo. Si es esta la que prefiere tiene todo para retomar ese destino que dejó escapar por unos años para poder ser el chico malo y travieso del tenis, algo que necesitaba para terminar de madurar y convertirse, ahora sí, en uno de los mejores tenistas del mundo.

O puede seguir igual y recurrir a su infancia real, la frustrada en la que sus papás le cambiaron la canasta de básquet por la raqueta y seguir demostrando su irreverente inmadurez en detrimento de su talento.

Por: Gustavo C.

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