Ya estaba cantado, ya estaba planeado y todos nos lo olíamos, pues desde finales de mayo, la Sheinbaum adelantó que era «muy probable» que en junio la Ciudad de México pasara a semáforo verde por la pandemia de la COVID-19. Y tal y como fue.
Este lunes 4 de junio, a tan sólo dos días de las llamadas elecciones más grandes de México, se anunció que la capital cambiará de amarillo a verde en el semáforo epidemiológico a partir del lunes 7 de junio.
«Pero lean bien, el cambio a verde no fue por las elecciones, porque será hasta un día después», dirán algunos. Y sí, tienen toda boca llena de razón, pero es bastante el cinismo y la conveniencia del anuncio de cambio de color en vísperas electorales como para no ver la relación.
Y es que si bien el 6 de junio todavía esteremos en amarillo, al haberse dado la noticia este viernes, prácticamente el verde entra en acción desde este fin de semana, ya sea de forma oficial o informal, pues la gente simple y sencillamente así se lo va a tomar. Total, qué son un par de días de diferencia.
Por supuesto, a las autoridades les conviene que la gente salga a las calles desde ya, pues al menos así ya no tendrán a la pandemia como pretexto para no ir a votar el domingo.
Por otro lado, tampoco nos hagamos los mustios ni los santos, ya que si nos vamos a enojar con las autoridades, que sea por su cinismo y no por su irresponsabilidad, que tampoco nos hemos comportado tan bien.
¿Por qué? Porque ciertamente muchos de nosotros hemos actuado como si la Ciudad estuviera en verde desde hace tiempo. Algunos ―no todos, antes de hacerlos enojar― hemos salido a echar el trago, a ver una película, a una que otra fiesta o reunión «con gente que sabemos que se ha cuidado», hemos asistido con toda la familia al supermercado, nos hemos dado una escapadita «aunque sea aquí cerquita de la ciudad», fuimos al Ángel por el triunfo del Cruz Azul, etc, etc, etc.
Y resulta que ahora también nos vamos a enojar por el conveniente cambio de semáforo. Lo cierto es que son pocos los que están libres de pecado para arrojar la primera piedra. A fin de cuentas, no queda de otra más que seguirse «cuidando».
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