El 3 de julio de 1883, la ciudad de Praga vio nacer a Franz Kafka, en el seno de una familia de asquenazíes ―judíos asentados en Europa Central y Oriental―, quien después de su muerte sería considerado como uno de los grandes autores del siglo XX, por obras como La metamorfosis, El proceso y Carta al padre.
«Empieza ya a ser quien eres, en vez de calcular quien serás».
Cuando Kafka terminó el bachillerato, su familia lo obligó a estudiar leyes, materia que no le causaba interés alguno, pero a pesar de ello se doctoró en 1906.
Trabajó en diversos bufetes y en algunas compañías de seguros, era eficiente, pero no tenía ambición profesional.
Por las mañanas se dedicaba a sus «aburridos» empleos y en las tardes a su pasión por la literatura.
Así fue, como el 22 de septiembre de 1912 se convirtió en un día muy especial para la historia de la literatura, pues fue aquella madrugada cuando Kafka terminó con La Condena.
Dicho relato fue escrito en una sola noche, en medio de una intensa ráfaga de inspiración nocturna y la cual dedicó a la mujer que marcó su vida.
Tenemos que agradecer a Max Brod, su amigo, de no cumplir la promesa que le hizo a Kafka cuando él le pidió que destruyera su obra cuando muriera, suceso que ocurrió el 3 de junio de 1924.
«A partir de cierto punto no hay retorno. Ese es el punto que hay que alcanzar».
En 1983, un astrónomo fanático de las obras del escritor checo, bautizó un asteroide bajo el nombre de Kafka.
El asteroide 3412 Kafka pasa por la Tierra cada 523 días, aunque dudo de que al extravagante, pero tímido autor le habría gustado un homenaje tan especial.
Albert Camus, Jean-Paul Sartre, Jorge Luis Borges y Gabriel García Márquez se encuentran entre los escritores influenciados por Kafka.
Por otro lado, el artista oaxaqueño plástico, contemporáneo más importante de México, Francisco Toledo, también se inspiró en el texto Informe para la Academia, para realizar, a partir de él, una carpeta conformada por más de una decena de bordados donde dibuja o recrea lo que su imaginario le permitió sobre el mono que se encuentra dibujando a la vez que consulta un libro abierto.
«Si el libro que leemos no nos despierta de un puñetazo en el cráneo ¿para qué leerlo?… Un libro tiene que ser una hacha que rompa el mar de hielo que llevamos dentro».
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