«Pero cuando más te extraño, mi cariño,
es cuando las hojas del otoño se comienzan a caer».
Fragmento de Las hojas muertas
Es la música una monumental llama que, durante toda nuestra vida arde y arde, que se ondea bailando a lujo de sensualidad incendiando todo a nuestro alrededor, es un cofre sonoro que atesora a aquel set list con canciones que fotografían algún momento memorable en nuestro día a día.
Nadie puede negar que la música tiene esa mágica facultad de, en apenas un chasquido, transportarnos años atrás para recordar experiencias de nuestra infancia, el primer amor adolescente, aquella vez que alguien nos rompió el corazón, ese apasionado concierto en el que terminamos «roncos» de tanto cantar, entre miles de recuerdos más.
Sin embargo, gran parte de nuestra sociedad sigue considerando un tabú el hablar de la muerte como el único acontecimiento seguro en nuestra existencia, esto a pesar de que casi todo lo que hacemos y creemos es motivado por la mortalidad.
Tales contextos dan lugar a un cuestionamiento de enorme dimensión: ¿Alguna vez nos hemos preguntado qué canción deberá entonarse justo en el momento que nuestro corazón deje de latir?
Conversando con algunos amigos sobre el tema, y pese a lo árida o incómoda que la pregunta pueda resultar, ninguno de ellos se limitó a contestar; por el contrario, en las respuestas se dibujó un delicioso repertorio que incluye desde corridos, canciones norteñas de La Arrolladora o Ramón Ayala, las rancheras de José Alfredo Jiménez, pistas de Los Auténticos Decadentes, acordes de Armando Palomas, el desencadenado piano del musical Memory, hasta llegar a la excéntrica voz de Diamanda Galás y sus letras suicidas, los deprimentes bits de Depeche Mode, además de la «niña gorrión» Edith Piaf.
Los motivos varían, desde canciones que hablan sobre las grandes satisfacciones que uno colecta, el eterno amor a un ser especial, las estaciones del año asociadas con la marchitez de la vida o las decepciones y fracasos que dejamos en el camino.
Sin importar el género o la época en que dichas canciones nos embriagaron, escoger un himno que acompañe nuestro acto mortuorio es una tarea de enorme sensibilidad, pues la melodía que escojamos será como el fuego que abraza a un cuerpo en aquellas piras funerarias con las que romanos y vikingos despedían a sus difuntos.
Escuchemos nuestra última canción y descansemos en paz.
Por: Edgardo V.L.
HOY NOVEDADES/LIBRE OPINIÓN