La locura es uno de los temas complementarios dentro de la estética literaria, al transformarse de manera simbólica, en intermediaria de la muerte; ya sea para aquel que lo padezca o para quienes giran o se mueven cerca de su entorno.
En «La Gallina Degollada», relato que forma parte de la obra Cuentos de Amor, locura y muerte, escrita por el paraguayo Horacio Quiroga, en 1917, el aspecto de locura infestada en la literatura se nota con gran maestría, al recrearse la doble desgracia sufrida por el matrimonio Mazzini-Ferraz, por aguantar el tortuoso desastre de ver cómo sus cuatro hijos, de una forma casi inconcebible, y a pocos meses de su nacimiento, eran invadidos por unas convulsiones que los dejaban «idiotas y sin remedio».
Cada línea es punzante y da una descripción despiadadamente realista de la demencia encarnada en los cuatro niños, criaturas que permanecen sentadas todo el día en un banco, babeantes e impasibles; siendo sólo los atardeceres, con los colores del cielo enrojecido y los ruidos fuertes de los truenos, la forma como logran animarse.
Horacio liga la paranoia producida por el exceso de la fiebre, con los efectos que la enfermedad logra en cada organismo, así los miembros, de inicio inmovilizados en cada uno de ellos, fueron recobrando, poco a poco, el movimiento; pero la inteligencia, el alma y el instinto, dejaron cada cuerpo, quedando estos profundamente pasmados, como si estuviesen muertos.
La historia narra que, al cabo de tres años de infortunio y cierta compasión, nació una niña totalmente normal, a quien nombraron Bertita, cuya fragilidad y salud permitieron una nueva esperanza de felicidad en la existencia de ambos padres, contrastando a su vez, con un fuerte desprecio hacia sus cuatro hijos anormales.
Un día pidieron a la criada que preparara una gallina para almorzar, y los cuatro hijos atraídos por el rojo de la sangre observaron cómo le cortaba el cuello del animal, al terminar el almuerzo, la empleada salió a Buenos Aires y a la pareja se le antojó dar un paseo con su hija.
Al regreso, su niña se soltó de sus manos y se adelantó para entrar en la casa, logró subir el muro del patio, donde sus cuatro hermanos bruscamente la agarraron y la arrastraron hasta la cocina, donde la decapitaron, como al ave.
Se podría afirmar que Quiroga, bajo una estética naturalista, ahonda en la conflictiva vida pasional de una pareja, cuya naturaleza inevitablemente se intrinca, hasta acercarlos a una de las tantas variantes de la irregularidad mental, hacia la locura; porque sus hijos descritos casi como bestias, no sólo truncan su felicidad y comprensión, sino que liquidan, en un final brutal, a su única hija sana, última esperanza que les brindaba su amor.