El 19 de septiembre de 1985, México sufrió uno de los peores temblores en su historia, pues este terremoto de 8.1 grados destruyó toda la ciudad y segó 12 mil 843 vidas.
Ahora, el pasado día siete de septiembre de este año, el país se vio azotado por otro temblor –el más fuerte en 85 años- y con magnitud de 8.2 grados, es decir, más poderoso que el del 85; la diferencia, es que mientras el más reciente fue sólo de movimiento oscilatorio, el de los años 80 también fue trepidatorio, lo que causó mayores daños y muertes.
Sin embargo, aunque de mayor grado, este reciente temblor en Oaxaca dejó menos víctimas, siendo 96 las personas que fallecieron a causa de dicho desastre. Sin embargo, hubo demasiados damnificados que vieron afectados sus patrimonios y, por supuesto, su situación económica y anímica.
Y ante esta situación, ¿qué cabría esperar de la sociedad mexicana para con sus paisanos?, ¿no, acaso, se esperaría la ayuda de todos nosotros? Pues sí, efectivamente eso es lo que se esperaría, pero no sólo somos humanos, somos mexicanos, esa curiosa raza que ve primero por uno mismo que por el de los demás.
Claro, hay de mexicanos a mexicanos, pues si bien están aquellos que donan y apoyan con lo que pueden, habemos otros que –y no hablo de los que no cuentan con los recursos económicos para hacerlo- preferimos que sean los demás quienes ayuden, pensando que con el apoyo de los otros es suficiente y el nuestro ya no hace falta.
Pero claro, hay otros mexicanos –de los cuales ruego sea una minoría- que ven en la desgracia de los demás una oportunidad para beneficiarse. Tal es el caso del camión volcado el pasado 10 de septiembre sobre la carretera Puebla-Orizaba, el cual transportaba víveres para los damnificados por el temblor en Oaxaca.
Al ver el accidente, pobladores que residen cerca de la zona donde volcó el camión se acercaron al lugar, pero no para ayudar, no, claro que no, sino para quedarse, para robar, para arrancarle los alimentos a los damnificados en Oaxaca, pues lejos de auxiliar para levantar la comida, se quedaron con ésta aun cuando se les dijo que era una ayuda destinada a las víctimas del temblor.
¿No es esta, acaso, la actitud de un mexicano? Yo diría que sí, ¿por qué?, pues bien, fue Joseph Maistre quien dijo que «cada pueblo tiene el gobierno que se merece», y al parecer esto es verdad.
Basta con pensar en esto: cuando un impuesto sube, cuando la gasolina se va por los cielos, cuando el precio de la canasta básica se mira cada vez más inalcanzable, cuando de la manga se sacan un nuevo trámite para exprimir más nuestros bolsillos, ¿quién es el ladrón?, por supuesto, es el Gobierno, nadie más.
Así, damas y caballeros, nos quejamos y nos quejamos de los rateros del Gobierno, de los corruptos en la política, de los aprovechados y oportunistas que están en el poder, pero cuando se nos presenta una oportunidad para quedarnos con algo más ¿no somos nosotros quienes no devolvemos el cambio al señor de la tiendita cuando nos dio de más?
Por supuesto, el ejemplo anterior como muchos otros, son acciones pequeñas que no se comparan en nada a los robos que políticos, partidos y Gobierno en general llevan a cabo y de los que tanto nos quejamos y quejamos; pero, ¿sabe que me dicen esas acciones de usted, bella dama; de usted, ilustre caballero; de mí, revolucionario de escritorio? Bueno, pues no me dice otra cosa más que si tuviéramos el mismo cargo de aquellos que tanto nos quejamos, robaríamos exactamente lo mismo o más.
¿De qué nos quejamos? Somos tela cortada de la misma tijera, entre rateros, políticos y muchos de nosotros, la única diferencia es la vestimenta. Viva México.
Israel Yerena
HOY NOVEDADES/LIBRE OPINIÓN