Me observo en el espejo, tratando de no reconocer en mis poros las expresiones de odio que se diluyen en cada mirada y palabra pronunciada en nuestros tiempos, pero el contexto es más poderoso y cómo podrían los individuos escapar al orden mundial en el que un magnate xenófobo ha llegado a tomar posesión de una de las naciones más poderosas de la miniatura del planeta tierra.
Hace falta que reflexionemos cada una de nuestras acciones, que seamos conscientes de las microestructuras de violencia que perpetuamos creyéndolas parte de nuestra cotidianidad.
En esta era tecnológica, las redes sociales ampliaron los medios para comunicarnos, para erradicar distancias y sentir más inmediatas las palabras de quienes no se encuentran cerca de nosotros, pero también hicieron visible a un discurso de odio que ya se ha enraizado en nuestras mentes.
Comenzamos burlándonos de las fotografías más extrañas, las viralizamos siendo cómplices de la burla a fisonomías que no cumplen con los estándares preconcebidos de belleza, avalados por la cultura occidental.
Seguimos enfrascándonos en infinitas discusiones de opiniones morales y desacreditación clasista, opiniones morales, porque muy pocas discusiones en redes sociales se basan en argumentos lógicos, normalmente emitimos opiniones que tratan de contrarrestar con nuestra idea de lo correcto, nociones y percepciones ajenas sobre algún fenómeno particular.
También caemos en desacreditaciones clasistas, basta caer en la ultracorrección o corrección ortográfica para desacreditar el discurso de lo otro, lo que me agrede con su postura y apelamos a la libertad de expresión, sin ser conscientes que en nuestro afán por ganar una batalla en comentarios digitales, negamos al otro su derecho al libre albedrío.
Y en todos los países, a todas las edades, en redes sociales tras el monitor, olvidamos conceptos como respeto, multiculturalidad, pluriculturalidad, libertad de expresión, libertad de pensamiento y diversidad.
Nos coronamos poseedores de verdades absolutas y denigramos a niveles inferiores a quienes no escriben correctamente y no concuerdan con nuestras posturas ideológicas, incluso perteneciendo a esa pequeña población que apela a la libertad, tendemos a emitir juicios de valor que atentan contra la integridad de individuos que quizá no han tenido la oportunidad de ser iluminados por la verdad.
El ego manda, el ego reina, el ego decreta odio a lo diferente, a las mujeres, al feminismo, al aborto, a la vida, a los distintos tonos y colores de piel, a las lenguas que no son las más habladas en el mundo, a expresiones culturales que no son consideradas cool, a la academia, a la mala ortografía, a los gustos musicales de otros, a lo diferente.
En esta sociedad del odio y la intolerancia, si no eres homogéneo, tu voz no vale, tu mirada está errada, y ser humano no basta porque ya nos hemos negado con la intolerancia el derecho al libre pensamiento.
HOY NOVEDADES/EDITORIAL