Si bien la sociedad mexicana ha sido históricamente religiosa, en los últimos años algún sector de ésta ha optado por deslindarse de lo místico y mirar lo terrenal como primera alternativa para sobrellevar su vida. Religiosos o no, los mexicanos somos una especie de humanos que solemos respetar, más allá del humor (blanco y negro) que tanto nos caracteriza, a los representantes de estos grupos y sus centros de reunión; sacerdotes e iglesias eran motivo de reverencia para los feligreses, mientras que los no creyentes demostraban, con un silencio, una tregua intrínseca firmada por la tradición familiar.
Este año, la Semana santa, fecha clave en la religión católica, nos dejó ver un acontecimiento que hace tiempo hubiera sido impensado: la representación del viacrucis manchada por la violencia. En Acapulco, por ejemplo, se vio interrumpida la Pasión de Cristo por un enfrentamiento entre dos grupos armados. En el Estado de México, Hidalgo y Tlaxcala han optado por cambiar el horario de las misas para no exponer a los fieles a los robos.
Por otro lado, según cifras de la Confraternidad Nacional de Iglesias Cristinas Evangelistas, de 1990 a 2017, fueron asesinados 70 miembros de la Iglesia católica; además, estados como Coahuila, Jalisco, Chiapas, Oaxaca y Guerrero han registrado un incremento en las agresiones contra los religiosos. En este sentido, basta recordar la muerte de Juan Jesús Posadas Ocampo, cardenal y arzobispo de Guadalajara, el 24 de mayo de 1993; por la forma en que fue asesinado, se apuntó de inmediato al narcotráfico y el abogado del caso no dudó en decir que al religioso lo mataron por denunciar nexos de políticos mexicanos con estos grupos.
El botón de muestra más reciente de este fenómeno es el acuerdo al que llegó Salvador Rangel, obispo de la Diócesis Chilpancingo-Chilapa, con un líder del crimen organizado para que ya no sean asesinados más candidatos en Guerrero. El religioso se reunió con el capo para pedirle que los atentados se detuvieran, a lo que accedió pero con dos atenuantes: cero compra de votos y que los gobernantes cumplan lo prometido en campaña. Es decir, el líder criminal le puso voz al pueblo, pero con los medios incorrectos.
Es difícil criticar la postura del obispo, quien más allá de defender a los políticos procura la tranquilidad de su tierra. La violencia ya rebasó a las autoridades y parece que los acuerdos entre ambos bandos van quedando en el olvido, ahora las autoridades se someten a las órdenes de los criminales. Lo que Felipe Calderón quiso frenar, tomó más velocidad, trató de terminar con el narcotráfico y lo único que propició fue la aparición de más de estos grupos, lo que trajo consigo una ola de violencia que hoy abruma al país.
En este sentido, los cuatro candidatos a la presidencia no han dejado claro cuál será su estrategia para combatir la violencia. Solo AMLO con su tímida y fulminada propuesta de amnistía a los narcotraficantes y la conformación de una Guardia Nacional es quien ha esbozado algo al respecto. Esperemos que con los días se aclare el panorama y se aborde el tema de la Ley de Seguridad Interior, que le brinda muchas libertades al ejército. Porque la violencia nos rebasa y como sociedad debemos exigir respuestas contundentes que hasta con ayuda divina van a tardar en llegar.