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Orgía deportiva. 

«La camiseta de futbol surgió como emblema de pertenencia e identidad».

El futbol se ha convertido en un fenómeno más de la globalización. Ese fenómeno que puede provocar que un niño mexicano de 12 años esté más pendiente de lo que pasa en las mejores ligas de Europa que en la de su país. Que conozca los planteles de los clubes de España e ignore a los de los equipos locales. Algo impensable para su abuelo, quien seguramente vivía las cosas a la inversa.

Tal fenómeno ha propiciado en los jugadores también un efecto. Hace algunas décadas abundaban los futbolistas que se mantenían durante toda su trayectoria profesional en un solo equipo. Pocos eran los que cambiaban de camiseta y menos eran lo que iban a otro país para jugar como foráneos.

El caso más emblemático es tal vez el de Edson Arantes Do Nascimento, mejor conocido como Pelé. El brasileño jugó en el Santos de su país por casi toda su carrera pese a tener ofrecimientos de los grandes clubes europeos que lo buscaban. Tras 17 años con la playera blanca del Peixe, el tricampeón del mundo con su selección tomó la decisión de ir a Estados Unidos, a una liga que apenas iniciaba. «Vengo a extender el futbol en un país que todavía no lo conoce (…) tengo que pensar en mi familia», declaró al ser presentado con el New York Cosmos.

O’Rei estaba consciente de que en la Gran Manzana podía asegurar el futuro de sus hijos y hasta de sus nietos con los dólares que iba a ganar. Pelé se convirtió en un objeto mercadológico que sentó un precedente y jugadores como Franz Beckenbauer, Johan Cruyff y Carlos Alberto, siguieron sus pasos. En años más recientes Beckham, Pirlo, y Gerrard hicieron lo mismo.

«La camiseta de futbol surgió como emblema de pertenencia e identidad», cuenta Juan Villoro en Dios es redondo. Pero en tiempos donde la oferta y la demanda rigen el deporte la palabra identidad está olvidada en los rincones más profundos del futbol. Aunque hay casos que demuestran lo contrario.

En 2015 el alemán Marcel Jansen decidió, a sus 29 años de edad, que se retiraría del futbol profesional porque el Hamburgo no le renovó el contrato. La decisión del lateral izquierdo tenía un simple pero significativo argumento: «No puedo besar otra insignia ahora (…) continuaré viviendo en Hamburgo y siempre amaré este club. ¿Jugar en otro equipo? No, no quiero mentirle a otra afición o club cuando no estoy totalmente metido. No puedo besar otro escudo. No estaría bien».

Jansen pudo haber fichado por otro equipo pero su fidelidad y sentido de pertenencia con el Hamburgo le impidieron hacerlo. Vaya contraste cuando vemos a futbolistas cambiar de club y, en la presentación con su nueva escuadra, besan el escudo sin siquiera haber jugado aún.

Otro raro ejemplo es Francesco Totti. Durante toda subida como futbolista (25 años) jugó siempre para el club de la ciudad donde nació: Roma. Su nivel de juego le valió ser pretendido por el todo poderoso y adinerado Real Madrid, quien lo buscó en más de una ocasión. Sin embargo, y pese a que en algún momento tuvo una disputa con la directiva romana, Totti declaró tiempo después que consideraba la oferta pero que al hablar con su familia sobre esta posibilidad «recordó sobre qué se trata la vida».

El «10» de la Loba aseveró: «Roma es mi familia, mis amigos, la gente que amo. Roma es el mar, las montañas, los monumentos. Roma, por supuesto, son los romanos. Roma es el amarillo y el rojo. Roma, para mí, es el mundo. Este club, esta ciudad, han sido mi vida. Siempre». Por eso Totti es para los aficionados romanos algo más que un jugador que metía goles y daba campeonatos. Totti fue durante un cuarto de siglo la representación del aficionado en el campo.

Totti pudo haber sido parte de los Galácticos, ganar títulos y más dinero. Pero optó por el sentimiento de arraigo, fidelidad y amor que no dan los trofeos, ni los ceros en el banco. Villoro lo definió como el «último sedentario» que cumplía con «un destino extraño en la era de la globalización».

Jansen y Totti son dos ejemplos de que el romanticismo puede ser posible en la era del mercado global. En pleno siglo XXI, en donde futbolistas cambian de playera como de automóvil, en donde los políticos perdieron el arraigo a sus ideales y se afilian a otra organización con ideología opuesta, en donde las parejas rehúyen al compromiso y optan, en busca de la libertad, por tener varias sedes aunque ninguna asegure el amor verdadero.  Los años pasan y con ellos se va el sentido de pertenencia y la fidelidad por algo, por alguien. En el fondo no es más que amor por uno mismo, por las raíces, por la definición de un ideal.

Por: Gustavo C.

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