En las últimas décadas, en México al menos, el discurso público y privado sobre los pueblos originarios ha tomado un giro curioso. Se les “preserva” -o eso se intenta-, sí, pero en el sentido más superficial posible. Nos enorgullecemos de su música, sus tejidos, sus platillos y sus danzas, pero seguimos ignorando sus luchas, su pobreza y la falta de reconocimiento efectivo de sus derechos. Son el corazón de la “mexicanidad” cuando nos conviene, pero a la hora de discutir el acceso a la tierra, el derecho a decidir sobre sus recursos o su representación política, su voz se vuelve apenas un murmullo.
Bajo esta lógica, hay quienes incluso pueden preguntarse: ¿por qué defender la existencia de estas comunidades cuando sus aportaciones culturales ya están incorporadas en la identidad nacional? Si podemos seguir disfrutando del huipil o del mole sin importar quién lo cocine, ¿qué más da que las naciones originarias desaparezcan? ¿Por qué aprender un idioma indígena cuando el inglés nos “abre más puertas”? La respuesta es clara: porque su valor va mucho más allá del folclore que hemos elegido destacar.
Vivimos tiempos de crisis civilizatoria. El cambio climático, el colapso de ecosistemas, la sobreexplotación de recursos y el agotamiento de los modelos políticos y económicos actuales nos exigen nuevas formas de pensar. En este contexto, los pueblos originarios tienen más que enseñarnos que cualquier teoría de desarrollo impuesta desde los centros de poder.
Tomemos, por ejemplo, la gestión forestal comunitaria. Estudios han demostrado que los territorios indígenas tienen menores tasas de deforestación que las áreas protegidas gestionadas por el Estado. Comunidades como Petcacab, en Quintana Roo, han desarrollado modelos de aprovechamiento sustentable que combinan conservación y economía local, logrando beneficios tanto ambientales como económicos. En la Sierra Norte de Puebla, la organización Tosepan Titataniske ha impulsado cooperativas que garantizan la producción sostenible de café orgánico y miel, fortaleciendo la autonomía de las comunidades y evitando su dependencia de grandes intermediarios.
Por otro lado, el comunitarismo de Ayutla Mixe desafía la idea occidental de la propiedad privada como único modelo posible. En este municipio de Oaxaca, las decisiones sobre el uso del agua, la educación y la justicia son colectivas, generando un sistema de gobernanza que supera muchas de las fallas del modelo democrático liberal. Incluso el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), muchas veces visto desde la óptica de izquierda-derecha, ha planteado una visión distinta de la autonomía y la organización política. Sus Caracoles han probado que es posible gestionar educación, salud y economía desde la comunidad y sin la intervención del Estado, con resultados que han demostrado ser más eficientes que muchos programas gubernamentales.
Lo importante de estos ejemplos es que no son “epifanías espirituales” ni conocimientos místicos inalcanzables, como se ha querido hacer creer para evitarnos la responsabilidad que tenemos en estos procesos. Son resultados de siglos de desarrollo social, científico y político dentro de estas comunidades. No se trata de idealizarlas ni de romantizar su existencia, sino de reconocerlas como actores con voz y agencia en la construcción de un futuro más sostenible y equitativo.
Si México realmente se asume como un país multicultural, necesita hacer más que reconocer los textiles y la gastronomía indígena en ferias turísticas. Es necesario incluir sus sistemas de gobernanza en el diseño de políticas públicas, garantizar su derecho a la tierra bajo esquemas de propiedad comunal y permitir su participación activa en la toma de decisiones a nivel nacional.
Reivindicar a las naciones originarias no significa “preservarlas” en una vitrina para el turismo, sino entenderlas como actores vivos y fundamentales en la reconfiguración de nuestro país. No podemos seguir viéndolas como piezas de museo ni como fuente de soluciones para nuestros problemas sin darles el poder de decidir sobre su propio destino. Solo así dejaremos de ser un México que dice ser multicultural y empezaremos a ser uno que realmente lo es.
Twitter: @jmarcoschavez
Instagram: @jmarcoschavezt
LinkedIn: Marcos Chávez