La plaza del ajolote.
México: entre goles, muertes y desaparecidos.
El pasado domingo 17 de junio la historia del futbol mexicano tomó un curso diferente. México derrotó a Alemania y sentó las bases para, lo que algunos analistas deportivos consideran, una participación sobresaliente en Rusia 2018. De inmediato, el pueblo mexicano (aunque no todos) celebró, se burló y tomó algunas plazas y lugares públicos para hacer suya la victoria deportiva del Tri.
Sin embargo, tras los festejos aparecieron las críticas, los señalamientos ante la distracción —otra vez de unos cuantos— del pueblo mexicano ante los temas primordiales, a consecuencia de la justa deportiva. También, con la euforia mundialista, llegaron las malas representaciones (individuales) de mexicanos: agravios a la bandera alemana, agresiones contra pobladores rusos, desmanes y vandalismo en tierras europeas.
Desde la euforia que aún persiste en muchos corazones mexicanos, nos desprendemos de esas «muestras de afecto nacional», irracionales en sí y ajenas al pensamiento (así lo creo) de la sociedad mexicana, que al gritar un gol no perdona la barbarie de las últimas administraciones presidenciales, pero tampoco alienta a la violencia, ni a la falta de respeto a los símbolos patrios de otros Estados.
La historia reciente de México ha estado marcada por eventos de suma trascendencia que cambiaron —o encaminaron— cada una de las circunstancias que hoy nos permiten hablar de una realidad cruel y discorde para una sociedad que lleva años queriendo trascender y vivir con plena tranquilidad.
Después de la sanción en el mundial de Italia 1990, el Tri ha jugado bajo circunstancias ásperas, en un contexto que no siempre representa el orden, ni incentiva a la unidad y al respeto nacional. Cuando la selección viajó a Estados Unidos (1994), los aficionados apoyaron pese a la problemática que se vislumbraba al enfrentar el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y pese a que sufrió la muerte del candidato presidencial Luis Donaldo Colosio.
La crisis económica mexicana sacudió la década de los 90, bajo la administración priista que terminaría por ceder el poder al siempre polémico Vicente Fox. Pero antes de ello, los escándalos financieros y bancarios tuvieron severas repercusiones en los bolsillos de los mexicanos, sin embargo, ninguna merma económica fue capaz de minimizar el compromiso de la afición mexicana que apoyó a México en Francia (1998), con una de las actuaciones más dramáticas y emotivas en la historia del balompié nacional, y un año después celebró, como nunca, la victoria del Tri ante Brasil en la final de la Copa Confederaciones.
Algunos —muchos imagino— aún recuerdan aquel gol de Cuauhtémoc Blanco, que sepultó las aspiraciones de la cinco veces campeona del mundo; recordarán, seguro, la narración de Hugo Sánchez ante el recorte del «Cuau» para conseguir el cuarto gol de México; la Copa puesta sobre el césped del Estadio Azteca por Jorge Campos y la estampa de los jugadores lanzándose para alcanzar el máximo triunfo del futbol nacional.
Así fueron los noventas para México que se preparaba para la alternancia, con la cual llegaron —o se acrecentaron— algunos de los mayores problemas del país: la fuga del narcotraficante más mediático, la guerra contra el narcotráfico, escándalos de corrupción, toallagate, Pemexgate y la consolidación de dos de las figuras más criticadas de la política nacional, por una parte, Calderón y sus muertos; por otra Fox y su populismo escandaloso.
Los 2000 no fueron una época memorable para México en términos políticos, el «mayor logro» si no es que el único, fue la «alternancia» —el partido en el poder cambió de nombre, nada más—. Pero el futbol continuó siendo un escaparate para cierta parte de la población, Corea-Japón, Alemania y Sudáfrica, marcaron la transición de los viejos nombres a la generación «Dorada» de nuestro futbol. Aparecieron los Dos Santos, Ochoa, Vela y Hernández y entregaron a los amantes de ese deporte las primeras glorias nacionales.
México soñaba con su famoso quinto partido a la par que contaba sus muertos; cantaba los goles ante Francia e Italia y, al siguiente día, lloraba y marchaba por las víctimas de la precipitada «guerra contra el narcotráfico». El país entero vibró cuando millones de mexicanos celebraron la segunda victoria del Tri, en una final, ante el seleccionado brasileño: entonces se valía celebrar porque nos esperaban años difíciles, llenos de sangre y dolor colectivo.
En la década actual, casi por terminar, surgieron y se consolidaron nuevos héroes nacionales —solo para temas futboleros—, Ochoa detuvo a la artillería brasileña, croata y camerunés, Chicharito rosó el cielo con los merengues y el Chucky Lozano se perfila como una posible figura del balompié mundial, pero en la presidencia volvimos a los monstruos de siempre, ahora encarnados por un personaje que día con día fue perdiendo las capas que lo encubrieron durante su campaña presidencial y dejaron al descubierto la estatua representativa del hartazgo mexicano.
Ahora, la nación entera se prepara para enfrentar, según la mayoría de las encuestas serias (aunque muchas han fallado), un cambio en las máximas élites del poder, Obrador —quien de manera mesiánica piensa resolver los problemas del país— es el candidato a vencer, muchos lo creen capaz de transformar a México y entregarán su voto a él, pero enfrenta al institucionalismo desgastado de lo que él ha llamado el PRIAN. Y, en plena justa mundialista, la población (electoral) se divide entre fanatismo futbolero y político: abundan los cánticos de apoyo a la selección en medio de la guerra sucia, verdades engañosas y promesas que jamás se cumplirán.
Así pues, en tiempos mundialistas y electorales, México demuestra sus múltiples personalidades encarnadas en personajes aislados que más que a una nación, representan su situación y su hartazgo ante la condición actual del país. Mientras unos ofenden y transforman su euforia mundialista en ataques personales; otros defienden a sus candidatos a golpes y amenazas; y ellos (los candidatos) se atacan entre sí, a la espera de escalar en las encuestas.
En estos tiempos, eso es México, pintado sobre un manto de sangre que ya ha manchado al marco que lo sostiene y amenaza con desbordarse. Desde luego, no se nos olvida la crisis de seguridad, corrupción y respeto a los derechos humanos, pero mal haríamos (al menos los amantes al futbol) de no gozar las hazañas del Tri: descargar un grito de gol antes de volver a gritar ¡Nos faltan 43!, ¡2 de octubre no se olvida! ¡Ni una Más! ¡No son tres, somos todos! ¡No se mata la verdad matando periodistas! Y por qué no ¡Fuera Peña Nieto!
Por: Ernesto Jiménez
HOY NOVEDADES/LIBRE OPINIÓN