Mensajes de paz a la memoria del 68.
A 50 años, seguimos esperando la paz

La plaza del ajolote

Mensajes de paz a la memoria del 68.

Los 50 años del 2 de octubre no solo trajeron un recuento feroz de los hechos ocurridos aquella noche lluviosa en la Plaza de las Tres Culturas, aderezados por una multitud estudiantil (en su mayoría) deseosa de mantener vivo el movimiento, también llegaron acompañados por diversos «mensajes de paz» desde las cúpulas del poder capitalino, en los que las palabras —por muy bellas que sean— son tragadas por fauces hambrientas de sangre y deseosas de callar las voces inconformes.

La Torre de Rectoría de Ciudad Universitaria encendió un mensaje tan claro como breve: «Nunca más», acompañado por una paloma (símbolo de la paz) atravesada por una bayoneta. Una imagen digna de admirar y capaz de estremecer la piel, no por la empatía universitaria —hablando de dirigentes, hombres y mujeres de cuello blanco— sino por el recuerdo de cientos de universitarios corriendo a causa de la balacera en Tlatelolco.

Acaso ya olvidó la Máxima Casa de Estudios los disturbios que sucedieron hace apenas un mes, donde uno de los tantos grupos porriles golpeó, apuñaló y mandó al hospital a un estudiante; o la incapacidad para mantener a los grupos de narcomenudistas fuera de las instalaciones de sus planteles educativos; ya no recuerda la UNAM (o sus directivos) que ahí se produjo el feminicidio de Lesvy Berlín Osorio.

Aunado al mensaje universitario, desde el Antiguo Palacio del Ayuntamiento de la CDMX, el jefe de Gobierno capitalino ordenó el retiro de las placas alusivas al inicio de actividades del Metro, donde figuraba el nombre del expresidente Gustavo Díaz Ordaz. La acción se debió al cierre de un ciclo, señaló Ramón Amieva, y en consideración al «pensar y sentir de la población», en lo que supuso un claro «mensaje de paz».

 

Nos preguntamos entonces, ¿cuál paz? Lo sucedido dentro de Ciudad Universitaria es un ejemplo abundante sobre lo que gobierna en la capital: una verdad que negó la existencia de cárteles en la CDMX y terminó por explotar en la cara del ahora senador de la República, Miguel Ángel Mancera. Una ciudad infestada de inseguridad; convertida en un campo de batalla inmenso y en la promesa de un mercado vasto para quien resulte ganador.

De inmediato, los amantes de la verdad histórica se proclamaron en contra del retiro de placas, otros más acusaron de «protección al expresidente» —sí, protección—, se llegó a considerar que se atenta contra la memoria de esta ciudad; de un nulo respeto a sus acontecimientos importantes y de una incapacidad para discernir entre dos hechos aislados.

Pero ni el retiro de placas, ni el mensaje en Rectoría acontecen en el mejor momento para ambas instituciones; los mensajes de paz nos hacen pensar en la necesidad de resarcir su mal gastada imagen ante la ciudadanía. Así, en la búsqueda de ser perdonados por 50 años —tan solo de 1968 a la fecha— de «impunidad silenciosa», como la llama Jenaro Villamil, se subieron al tren de la lucha por la justicia social.

La tan esperada paz, no vendrá —estamos seguros— tras retirar los nombres de los personajes más señalados de nuestra historia, tampoco lo hará de mensajes temporales y adulatorios a las movilizaciones sociales, mucho menos, de administraciones ambulantes que resguardan el cargo de quienes ya se fueron. Mientras tanto, seguiremos esperando ese Nunca más.

HOY NOVEDADES/LIBRE OPINIÓN

Por: Ernesto Jiménez.