La plaza del ajolote.
Lejos de la artillería política y bajo el resguardo de la sombra morenista.
Después de su participación en la Gran Guerra, Ernest Hemingway escribió su Adiós a las armas (1929), una historia sustentada en el amor, pero cargada de dolor, visiones cruentas —propias de la batalla— y una lucha constante en el protagonista por desertar de la pelea y entregarse a los brazos de su amada Catherine Barkley.
Hemingway vivió, como pocos, los tormentos de la lucha entre Italia y Austria, siendo estadounidense se enlistó en la armada italiana para fungir como camillero durante la Primera Guerra Mundial; de lo escuchado, visto y vivido durante su presencia en el frente (aunque nunca combatió), nacen algunos de los párrafos más precisos sobre lo ocurrido en uno de los episodios más sangrientos de la historia mundial.
Regidos por el sigilo, mas no por el amor como Henry, protagonista de la novela, los principales actores de la política mexicana actual prefirieron el resguardo y la clandestinidad, tras verse derrotados en los pasados comicios, uno a uno fueron desapareciendo, opacados por el furor del triunfo obradorista; sentenciados y señalados por los dedos acusadores de la población nacional.
Desde el 28 de junio, las cuentas de Twitter de Ricardo Anaya Cortés y de José Antonio Meade Kuribreña se quedaron mudas, no así la de Jaime Rodríguez, quien al regresar al Gobierno de Nuevo León, continuó en la mira de sus detractores. Casos similares son los de los aspirantes a la gubernatura de la Ciudad de México, Mikel Arriola y Alejandra Barrales, el primero enmudeció tras la derrota, la segunda prefirió evitar el tema político y es una turista más en las redes sociales.
Esta dimisión de la artillería política nos hace pensar en los verdaderos objetivos de nuestros servidores públicos, defensores —durante la campaña— de los beneficios ciudadanos, investigadores contra la corrupción y detractores de los presentes sistemas fallidos; pero que, al no alcanzar el fin deseado, prefieren el resguardo y el olvido momentáneo a permanecer en la mira de los fusiles enemigos.
A la par de los candidatos, los movimientos internos en cada una de las organizaciones políticas han comenzado a sufrir alteraciones y disputas, todas ellas sigilosas y de manera interna; exhibir sus debilidades significaría otorgar ventajas a sus rivales, quienes no tardarían en destruirlos, al ver evidenciadas las heridas de una batalla que bastantes rezagos ha costado a la población nacional.
Los altos mandos de la política mexicana abandonan las naves que amenazan con precipitarse y hacen maniobras arriesgadas para levantar el vuelo, sin resultados, pues el peso en ellas es enorme y el disgusto ciudadano por su función pública se incrementa con cada escándalo de corrupción que ve la luz del día.
Desde las renuncias del desdibujado Rene Juárez Cisneros y el minimizado Damián Zepeda, así como la separación de Enrique Ochoa Reza de la dirigencia priista y de la campaña presidencial, hasta las agónicas declaraciones de Manuel Granados —presume que su agónico partido será opositor del gobierno de AMLO—, la partidocracia mexicana alista las banderas blancas y ya busca sus mejores elementos para las negociaciones de tregua que regirán al próximo sexenio.
Mientras ellos esconden la mano tras lanzar pedradas al pódium y esperan un trato justo a sus intereses, el protagonista de Hemingway encontró el amor y, enfrascado en una lucha por la libertad, escapó al castigo de la deserción, no sin antes sufrir los estragos de una guerra, donde la soledad y la incertidumbre sobre el futuro se apoderan de los pensamientos diarios.
Henry logra escapar tras un enfrentamiento con la artillería alemana y austriaca, pero su abandono de la línea de fuego significa un deshonor para la labor que prometió cumplir; es perseguido y deberá escapar de la milicia italiana, junto con Catherine y el hijo que ambos esperan. Para ello se enfrascan en una noche tormentosa al atravesar el lago que los llevará a Suiza, donde la libertad y el amor los espera, lejos de las armas.
Al final, Henry y Catherine yacen en el hospital donde su hijo verá la luz por vez primera, aisladas están ya las imágenes de las trincheras, los heridos y las calamidades de la guerra; lejos se encuentran los sonidos abrumadores de la artillería destruyendo huesos y piel hambrienta. Pero el dolor persiste, palpita en el corazón de ella cuando su hijo nace sin vida y, como alcanzada por una bala perdida, perece en los brazos de la libertad, dejándolo, una vez más, solo en medio de una batalla eterna.
Cabría preguntarnos (los mexicanos) cómo terminará la huida de los vencidos la pasada noche del 1 de julio: ¿renunciarán a las armas o permanecerán escondidos hasta fortalecer el Frente?, siempre a la espera de que falle la República Amorosa y ansiosos porque la Esperanza de México se convierta en la predecesora de los desastres venideros, es decir, en esa batalla eterna en la que Henry ya no quiso luchar.
Por: Ernesto Jiménez
HOY NOVEDADES/LIBRE OPINIÓN