#NoAlPeriodismoSicario
Batallas por la libertad de expresión

#NoAlPeriodismoSicario

En ningún sentido la libertad de expresión deberá incitar y fomentar la censura y la violencia, mucho menos detrás de las trincheras del periodismo.

En los últimos días, causó gran revuelo un «tuit» que algunos críticos de las redes sociales —de los cuales hay millones—, consideraron como una apología de la violencia, aunque el dueño de la cuenta afirmara que se trató de una advertencia a los «chairos» de lo que podría pasar y no una invitación a cometer un crimen político en contra de (tal vez) el más recurrente opositor a los gobiernos mexicanos de los últimos años.

La publicación no era otra cosa que una imagen, de esas que abundan en internet, en la que se leía un mensaje alusivo al recuerdo de fanáticos ultimando a sus «héroes». No obstante, el linchamiento mediático fue inmediato y la guerra de declaraciones —desde las trincheras del periodismo— agrupó y evidenció las necesidades de expresar los sentimientos de una nación herida en demasía, fastidiada e ignorada, pero ansiosa por decir lo que piensa.

En palabras de cualquier ciudadano, el asunto en cuestión rasgaría las fronteras de la libertad de expresión, esa máxima invisible que, se presume, existe en México, pero ha costado la vida de muchos periodistas ―42 en el sexenio de Enrique Peña Nieto—; sin embargo, el riesgo es inminente cuando quien emite el mensaje es un líder de opinión, un periodista conocido, con un sequito de seguidores y «admiradores» que podrían atender a las propuestas ocultas detrás de un chiste mal contado.

Parece ser que a Ricardo Alemán se le olvidó que vivimos en un país con una crisis de violencia de proporciones enormes, también dejó de lado a los 92 políticos asesinados desde que dio inicio el presente proceso electoral. Por si fuera poco, Alemán no pensó —o no lo quiso hacer— en la delicadeza de un asesinato político en las actuales circunstancias de la nación.

Cabe recordar que aún en el siglo XIX, cuando la tarea del reportero no cobraba las dimensiones que después alcanzó a tener, Gerardo M. Silva, frente a un grupo considerable de la Prensa Asociada, consideró a esta labor como «responsable de llevar la información al diario». Nada ajeno a las características actuales, sin embargo, en la evolución propia de la profesión se generaron articulistas, gente de opinión que analizaba los acontecimientos importantes y, basado en sus criterios, cuestionaba todos o cada uno de ellos.

Respecto a esta profesión (reportero), uno de los mejores cronistas de México, Manuel Gutiérrez Nájera,  escribió: «La crónica señores y señoritas, es, en los días que corren un anacronismo (…) La crónica ha muerto en manos del reportero, que obliga a los sucesos a encanecer en una sola noche».

Nájera sentía una profunda angustia pues las crónicas dulces y coloridas perdieron presencia ante el arribo de la información inmediata. Empero, a favor de la nostalgia del cronista, los columnistas y opinólogos avanzaron a los reporteros y consolidaron una fuerza periodística en los diarios nacionales, al grado de generar opinión, discusiones y pensamientos afines.

En ese contexto, un periodista como Ricardo Alemán encontró un público vasto, aunque también selecto, para hacerle llegar sus ideas, siempre en la frontera de la libertad de expresión, pero dejando a un lado su responsabilidad como líder de opinión, un agente de la sociedad capaz de influenciar con sus comentarios a un sector, con pensamientos y sentimientos similares a los suyos.

Alemán perdió a tres de sus 60 patrones, no por decir lo que piensa, sino por dejar de lado las crisis que se viven en el país y por ostentar una retórica de violencia hacia uno de los candidatos con mayor presencia en el país (sino el que más). Su famoso tuit tampoco representa el contraataque del género periodístico ante la censura y la violencia con la que se enfrenta —según Reporteros Sin Fronteras, México es el país número 147 en cuanto a libertad de prensa—; su publicación, lejos de incitar a la violencia, refleja la falta de sensibilidad para proyectar sus ideas.

El caso de Ricardo Alemán no es pues un ejemplo a la censura, como sí lo son los casos de Enfoque Noticias y MVS, o los cientos de periodistas asesinados desde los tiempos de Manuel Buendía; caídos y silenciados en el intento de llevar a las redacciones la información; ultimados por exhibir y criticar al gobierno. A Alemán solo le arrancaron tres páginas a su libro de odio personal.

Prueba de lo anterior, es la disculpa ofrecida tiempo después, a través de la misma red social. Alemán se «equivocó» al no dimensionar los alcances y la respuesta fue contundente. No por estar a favor de cierto actor político—como después acusó a Televisa y Tv Azteca en su columna de La Silla Rota— sino porqué en este país se pagan tres mil pesos por disolver a alguien en ácido, sea o no sea culpable, siempre y cuando se considere un estorbo para quienes así lo consideran. En ese sentido, Obrador, a quien Alemán hizo alusión, es un estorbo para muchos, para otros no.

A saber, las trincheras del periodismo y las batallas por la libertad de expresión no deberían alentar jamás al homicidio, a la censura y a la violencia. México se prepara para enfrentar unas elecciones históricas, en magnitud y en resultados; hartazgos habrá muchos; ofendidos, millones; en desacuerdo, la mitad de los votantes; pero sería desastroso para la estabilidad y la democracia nacional, ayudar al presidente en turno  a seguir batiendo récords de violencia y homicidios, sean políticos, civiles, defensores de derechos humanos, mujeres, militares, policías o periodistas. #NoAlPeriodismoSicario.

Por: Ernesto Jiménez

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