La plaza del ajolote
Caos

La plaza del ajolote

El caos previo a la creación.

En el mito k’iche’ sobre la creación del cosmos, los gemelos Junajpú y Xbalanké descienden al inframundo para enfrentarse a los Señores de Xibalbá; con su triunfo queda asentada, no solo la victoria de las fuerzas creadoras sobre las destructoras, también la uniformidad de los tres niveles del universo de forma vertical, con la tierra (morada de los seres humanos) como centro regulador.

Esta representación de la lucha por la creación del cosmos se repite en varias culturas mesoamericanas, quienes además optan por la consolidación de sus gobernantes, relacionándolos directamente con los dioses creadores: se avala entonces el derecho a gobernar y se implementan las normas que los pobladores deberán seguir para sustentar la creación y la estabilidad del universo.

Algo similar a lo acontecido cada seis años en la política mexicana, en la que poco importa la «ideología» política a la que pertenezcas (partidos políticos); desde el fin del caudillismo y la consolidación de los gobiernos civiles, cada uno de los presidentes buscó legitimar su llegada a la silla presidencial y, de paso, borrar los alcances de las administraciones pasadas.

En los años recientes, fuimos testigos del exilio de Carlos Salinas de Gortari (aunque él lo niegue), luego de elegir a Ernesto Zedillo como su sucesor y quien se atrevió a enviar a la cárcel al hermano incómodo (Raúl Salinas); también presenciamos el ascenso de Vicente Fox a Los Pinos, con la esperanza y la tarea de cambiar (por fin) la historia política de la nación. Si algo hizo Fox fue dejar en claro la debilidad del PRI.

Le siguieron Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, cada uno (muy a su estilo) intentaron borrar lo hecho por sus predecesores y consumarse como los grandes reformadores de México: ambos cayeron ante la nulidad de resultados y con más escándalos que resultados favorables para la nación y el pueblo mexicano.

Además de la creación y estabilidad del cosmos, en la mayoría de los relatos mesoamericanos se opta por la figura de uno o varios héroes, quienes descienden al inframundo para sacrificarse en beneficio de la humanidad, al resurgir lo hacen con los menesteres necesarios para el desarrollo de la civilización.

Dichos héroes no solo cumplen su cometido, se deifican y se convierten en señores y patronos de pueblos enteros; son anexados a los árboles genealógicos de los gobernantes, quienes, en una urgencia por empoderar y legitimar sus ciudades, recrearon en ellas los mitos sobre los orígenes del cosmos; en otras palabras, las convirtieron en el mismo escenario de la creación, donde una vez más se libraban las batallas (cada determinado ciclo) que darían fin al caos que precedió todo.

El 1 de diciembre de 2018, el poder llegó a López Obrador, un «iluminado», según sus seguidores, y un necio, afirman sus detractores —ambos terribles y peligrosos extremos—. El nuevo presidente (con solo 48 días en el cargo) se ha empeñado en dejar de manifiesto el inicio de su Cuarta Transformación, una especie de «renovación nacional» que pretende sustentar las bases de una «nueva» forma de gobernar.

Para consolidar su administración, Obrador no solo está intentando dar marcha atrás a las máximas reformas de sus predecesores, también se ha enfrascado en un recio combate contra algunos de los mayores males de país: la corrupción institucional y la omisión de los gobiernos pasados, bajo el beneplácito y la complacencia de los opinólogos adictos al régimen.

Sin embargo, en pleno combate contra las fuerzas oscuras que mantienen el caos, previo al inicio de un ciclo nuevo, seguimos sin ver con claridad a quienes descenderán al inframundo y se convertirán en los nuevos héroes de la nación; justo ahora nos encontramos en esos cinco días nefastos previos al ordenamiento del cosmos.

Por: Ernesto Jiménez

HOY NOVEDADES/MI MÉXICO