La violencia es una de las numerables realidades crueles con las que nuestra sociedad se topa en cada esquina, peor aún al tratarse de conductas que, desde atmósferas tan cotidianas como el mismo hogar, se van adhiriendo a la forma de actuar de un individuo, sin respetar edad o género, como si se tratase de un simbionte al estilo «Venom» en el cómic Spiderman.
El pasado fin de semana, la Procuraduría de Justicia de la Ciudad de México difundió, a través de sus redes sociales, un video en el que se observa al grupo de jóvenes autodenominado «Los Centinelas» agrediendo a dos adolescentes que se encuentran en una cafetería de una plaza comercial al sur de la capital.
A este clip, se suma uno más, difundido por usuarios de redes sociales, quienes aseguran que los hechos grabados sucedieron hace apenas un mes en una cafetería de la Ciudad de México. En dicho material, se observa al fondo a dos muchachos agredir a una pareja de adolescentes.
En dicho video, hay una expresión atroz, ejecutada por la persona que grabó las acciones, quien consigna «¡Mocos! ¡Siéntese!», al tiempo de observar cómo el susodicho «Centinela» derriba al joven agredido, quien por el impacto del puñetazo regresa al asiento.
Más allá de ese folklor que nos distingue como mexicanos, manifiesto en nuestra forma tan colorida de hablar, es muy preocupante que estas conductas violentas, absorbidas como una esponja inflada por exceso de líquido, tengan como consecuencia en los espectadores una suerte de extravagante empatía en la que, pese a saber que se están cometiendo actos delictivos o se ejerce extrema violencia, caigan en gracia o peor todavía: se les dé el buen visto.
Acciones como las que observamos en apenas dos casos evidencian el pésimo semblante humano que nos acosa, pues en un país donde no basta con que imperen la corrupción, abuso de autoridad y la infinita delincuencia, coronadas por la impunidad, tenemos a unos «Centinelas» para ilustrarnos el cómo las irresponsabilidades que tenemos como familia derivan en una sociedad con una horripilante piel escamosa que nos limita a sentir dolor propio y colectivo.
Se nos acaban los espacios seguros, ya ni siquiera un acto tan normal como es disfrutar del calor y el aroma de un café en un lugar público, ¿Luego qué sigue?, ¿que te asalten en tu propio sanitario? True Story…
HOY NOVEDADES