Detrás de aquellos fantasmas, monstruos y asesinos que se miran cómodamente a través de la pantalla, se esconde algo aún más peligroso de lo que el espectador acaba de observar en la cinta y de lo cual no puede escapar.

El cine de terror suele considerarse como un mero entretenimiento, únicamente un producto cinematográfico hecho para sobresaltar al espectador mediante escenas que lo acompañarán durante un momento, o bien, que lo atemorizarán por toda la noche hasta que el despertar le indique que todo ha sido una pesadilla. Sin embargo, detrás de aquellos fantasmas, monstruos y asesinos que se miran cómodamente a través de la pantalla, se esconde algo aún más peligroso de lo que el espectador acaba de observar en la cinta y de lo cual no puede escapar, algo que se torna más aterrador y siniestro conforme más familiar es, y que no es otra cosa más que el reflejo de la verdadera naturaleza humana.

Esto ocurre debido a que el género no es solo el reflejo del miedo del hombre a lo desconocido, sino también del miedo a sí mismo, de la incomodidad que tiene un sector de la sociedad por aceptar sus instintos primarios y por la represión de éstos mediante las instituciones y convenciones.

Y es ahí donde radica la esencia del buen cine de terror, pues si bien su finalidad comercial es vender sustos, su sustancia está en dos personajes: la primera se encuentra en las víctimas del filme, pues éstas sirven como reflejo de las normas sociales y morales de la época; la segunda se encarna en el antagonista ―monstruo, fantasma, psicópata, etc.―, pues éste sirve al espectador como receptáculo de sus propios instintos sádicos, perversos y sexuales que encierra en su inconsciente y que, gracias a este personaje que actuará como su doble, puede liberarlos y deleitarse con ellos (al menos visualmente) al trasladar estas emociones al cuerpo de alguien más. Es decir, se está viendo a la normalidad (victimas) hacer frente a lo inmoral, lo perverso y lo maligno (monstruo).

Esto ocurre debido a que el género no es solo el reflejo del miedo del hombre a lo desconocido, sino también del miedo a sí mismo, de la incomodidad que tiene un sector de la sociedad por aceptar sus instintos primarios y por la represión de éstos mediante las instituciones y convenciones. Así, entonces, el cine de terror funge como un escape para aquellos instintos sexuales y sádicos arraigados en lo más profundo de la naturaleza humana, pero tantas veces negados por las normas sociales al tratar de ocultar el lado animal del ser humano.

Carlos Israel Yerena Cruz

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