El político mexicano Tomás Yarrington Ruvalcaba hizo gala de escapismo, alrededor de 14 años, tiempo durante el cual evadió una y otra vez los diversos intentos de la justicia mexicana y norteamericana por atraparlo, para ser juzgado por las irregularidades y los turbios nexos que sostuvo como gobernador, los cuales le valieron tener cuatro causas judiciales que lo perseguían con desesperación, ante su fina capacidad para escabullirse.

Pero esta no es su única cualidad. Tiempo atrás, durante su periodo como gobernador de Tamaulipas (1999-2004), demostró ser un administrador ejemplar ―según sus intereses―, para muestra: la fructífera relación que mantuvo con el empresario Fernando Cano Martínez, quien fungió como su prestanombres, a cambio de la recompensa de recibir licitaciones y permisos al por mayor, para operar con total libertad, con el propósito de extender su dominio regional y fortuna personal. Aunado a esto, está el enriquecimiento ilícito y el lavado de dinero que Yarrington hizo con total impunidad.

Otra de sus aptitudes es su capacidad de relacionarse con líderes de otros ámbitos. Ahí está el caso del excabecilla del Cártel del Golfo, Osiel Cárdenas Guillén. Mención especial para el exgobernador, quien supo entablar una gran sociedad que le permitiera, al grupo del capo, afianzar su dominio por territorio tamaulipeco. Sin duda, un gran amigo que sabe cuidar y procurar el bien de sus cercanos.

El institucionalismo que desborda ―y el cual fue bien correspondido­― es otra de sus cualidades. Porque, aun cuando hace una década ya se le buscaba por sus vínculos con el crimen organizado, el PRI  decidió suspenderle sus derechos como miembro hasta el año 2012. Y tuvieron que pasar casi cuatro años más para que el tricolor decidiera cortar de raíz la relación con Yarrington, cuando fue expulsado definitivamente.

Esto demuestra que no fue una decisión fácil, deshacerse de un elemento tan identificado con una de las máximas priistas: el que no tranza no avanza. Y vaya que él demostró estar altamente comprometido con este principio. Ahora, no extraña que el PRI exija una «sanción ejemplar» para el susodicho ­―se acercan las elecciones y este es «un nuevo PRI»―, pero sí es seguro que, muy en el fondo, le duele pedir esto, porque se trata de un elemento distinguido como pocos en su historia.

Por otro lado ―y siguiendo con la lista de talentos― tanto es el arraigo que logra Yarrington en los demás, que hasta octubre del año pasado era escoltado por elementos de la procuraduría del estado de Tamaulipas. Un ejemplo más de que, en aquella entidad, dejó un grato sabor de boca por su facilidad para hacer negocios, que decidieron seguir brindándole seguridad.

La última de sus virtudes es la capacidad de camuflarse. Como el más hábil de los camaleones que se pierde en el ambiente para poder cazar y evitar ser cazado. Yarrington lo hizo con el segundo propósito. Tuvo la atinada y necesaria decisión de usar una identificación que lo reconocía como el señor Morales Pérez. Pero él fue más allá, no sólo cambió su apariencia temporalmente con un nombre falso, lo hizo para siempre: se sometió a cirugías en la cara para no ser aprehendido. Siempre un paso adelante.

Lamentablemente, para el hombre que es un «estuche de monerías», su buena suerte parece haber terminado, pues las huellas digitales no son operables todavía. Esto no le quita las múltiples cualidades mencionadas, tan apreciadas y arraigadas en la política mexicana.

HOY NOVEDADES/LO DE HOY