Orgía Deportiva.
Carlos Solórzano migró de Honduras a Europa en busca de una mejor vida, así como lo hacen los miembros de la Caravana migrante.
El éxodo no es cuestión de moda, los centroamericanos huyen de su tierra desde hace años y la reciente Caravana migrante no es más que el cúmulo de frustraciones y desesperaciones, motivos suficientes para agarrar las pertenencias más básicas en busca de un peregrinaje riesgoso que, en comparación con la violencia y miseria cotidianas, parece una aventura menor.
Según el diario hondureño El Heraldo cada año salen aproximadamente 75 mil personas de su país en busca de un mejor porvenir; de acuerdo con este periódico hay repartidos por el mundo 1.2 millones de migrantes catrachos (gentilicio coloquial en memoria del general Florencio Xatruch). Dentro de este número de viajeros se encuentra Carlos Solórzano, quien hasta hace algunos meses era futbolista profesional del Club Deportivo Vida en la Liga Nacional. Sin embargo, un día decidió dejar el balón en busca del llamado sueño americano. La razón: su economía.
Su salario como profesional ya no le rendía para mantener a su esposa y tres hijos, de dos, ocho y 14 años. El futbol en Honduras mengua en todo sentido: calidad, infraestructura y, por ende, en salarios, declaró Solórzano en entrevista para el periódico Diez. El exfutbolista, quien tomó la determinación de migrar el pasado mes de agosto, compartió que como profesional ganaba alrededor de 20 mil lempiras (moneda hondureña que equivale a 0.84 pesos mexicanos). Ahora buscaría fortuna lejos del Estadio Nilmo Edwards (conocido como Ceibeño por estar en el municipio de La Ceiba) donde jugaba como local con el Vida.
Carlos denunció lo que es una constante y ley no escrita no solo en el futbol catracho sino en el futbol mundial: «hay que tener palanca para salir adelante, de lo contrario no vales nada». Sin embargo, una vez que decidió partir con rumbo a la tierra donde Brasil ganó su cuarta Copa del Mundo en 1994, tuvo la «fortuna» de poder contar con la ayuda de un «coyote» que le hizo recorrido algo ameno en comparación de lo que viven los miles de migrantes centroamericanos: «No pasamos desiertos, nos quedábamos en hoteles y comíamos bien (…) El camino que cogimos fue limpio, algo así como primera clase. Donde estuvo duro fue cuando llegamos a migración. Allí estuvimos tres días en la famosa “hielera” (lugar donde atienden a los inmigrantes antes de pasar a audiencia). Ahí uno sufre por el frío y la mala alimentación. Eso no se lo deseo a nadie».
Pero el deporte no es más que el reflejo de lo que se vive en el país centroamericano, en donde, de acuerdo con cifras aportadas por Víctor Meza, director del Centro de Documentación de Honduras, de los poco más de 8 millones de habitantes el 70 por ciento vive en la miseria; además, enfrentan una crisis de violencia inusitada, el año pasado fueron asesinados 3 866 personas.
Es por esto que algunos de los integrantes de la Caravana migrante externan sin tapujos que no le temen a Donald Trump y sus amenazas, ni a los soldados desplegados, sino a su propio país. «Afortunadamente» Carlos pudo costear a un «profesional» que lo ayudó a llegar a la frontera, hoy trabaja en El Bronx, distrito neoyorkino, en donde gana en una semana lo que antes ganaba en un mes como futbolista. Ahora ya es uno de los 597 mil migrantes hondureños que viven en Estados Unidos.
Aspiraba a llegar al futbol mexicano y a la selección hondureña, pero el destino le tenía otra puerta por abrir. Desafortunadamente este es uno de esos casos excepcionales en los que el final del éxodo tiene un tinte de humanidad, porque de los más de cinco mil que aún siguen en ruta solo la historia nos contará.
Gustavo «El Displicente»