Los abandonados del sur de México.
En 2017 fueron dos los sismos que sacudieron al territorio nacional; 7 y 19 de septiembre son días marcados en la memoria de quienes aún buscan apoyos y planes de reconstrucción.
Cuando Felipe, líder y vocero de los campesinos de Chactajal, les anuncia a los indígenas que el presidente de la República, el General Lázaro Cárdenas, prometió repartirles tierras y asegurarles la educación pública, los pobladores, sorprendidos e incrédulos respondieron: ¿Es Dios? ¿Tiene el poder para ordenar? Sí, responde el orador, pero está en México, a lo que uno vuelve a preguntar ¿Qué es México?
La pregunta nace por la lejanía de noticias, la falta de leyes y una economía que apartaba a la Ciudad de México del sur del país, en especial Chiapas, uno de los estados con mayor número de marginación, con severos rezagos en educación y uno de los puntos más crueles en cuanto a diferencias sociales, al menos así lo retrata Rosario Castellanos en su libro Balún Canán.
Aunque la trama de la historia está situada en la época de la reforma agraria de Lázaro Cárdenas, la negación de los problemas de aquel estado, en muchas ocasiones, bien pueden transportarse a la actualidad. En el libro existe una guerra de clases ―indígenas contra blancos, terratenientes contra campesinos―, que no del todo ha sido erradicada, pero también denota la lejanía del estado con la capital del país.
Cuando las noticias llegan a Chactajal, nadie las cree, no las conocen, parecen ajenas a su realidad: algo semejante aconteció en septiembre pasado. Cuando los capitalinos miraban con recelo cómo un sismo de 7.1 grados, otra vez los sacudía un 19 de septiembre, en Chiapas y Oaxaca más de 110 mil inmuebles cumplían doce días de ser afectados, dejando a la deriva a miles de pobladores que lo perdieron todo, incluso la vida de sus familiares.
La irónica aparición de un sismo a exactos 32 años, conmovió, preocupó y viralizó a los capitalinos, que bastante hicieron desde sus dispositivos móviles, pues compartieron, difundieron y organizaron brigadas en apoyo a los damnificados, pero a la par provocaron caos, desorden y concentraron la ayuda en la CDMX.
El sismo de 19/S con epicentro en Morelos aplastó y minimizó al terremoto de 8.2 registrado en las inmediaciones de Pijijiapan, Chiapas. Aquella madrugada del 7 de septiembre, despertamos y miramos con asombro los derrumbes en el sur de México; sentimos, después de mucho tiempo, que las distancias se acortaban, hicimos nuestra la preocupación de los sureños y lanzamos colectas de ayuda. Sin embargo, 12 días más tarde, ya nos preocupábamos de nueva cuenta por nosotros mismos.
«México es un lugar más allá de Ocosingo y de Tapachula», responde Felipe a quién le pregunta qué es México, como muchos nos preguntamos dónde estaba Pijijiapan, cuando las cifras de los derrumbes, los muertos y los desaparecidos llenaban de sangre las pantallas de televisión y de dolor al pueblo mexicano.
Las primeras declaraciones del gobernador de Oaxaca, Alejandro Murat, confirmaron la muerte de 23 personas, 17 de ellos en el municipio de Juchitán de Zaragoza, uno de los más afectados. Sin embargo, las cifras finales arrojaron 82 defunciones: 16 en el estado de Chiapas y cuatro más en Tabasco.
Si bien es cierto que los decesos del 19 de septiembre fueron más, 369 víctimas mortales, ambos movimientos telúricos dañaron gran parte de los estados más pobres, con regiones marginadas y faltas de recursos básicos. Se debe recordar que en Oaxaca y Chiapas, de acuerdo con la información del Coneval, se encuentran los municipios con mayor porcentaje de gente en condiciones de pobreza y pobreza extrema: Santos Reyes Yucuná y Santa María Zaniza, en Oaxaca; Aldama, Chanal y San Juan Cancuc, en Chiapas.
En esta región sur del país se libran las guerras por la educación, pero también por las tierras, por la discriminación y la violencia, por eso molesta que el entonces Secretario de Educación y ahora coordinador de la campaña de Pepe Meade no se mantuviera al frente de los trabajos de revisión y reconstrucción de los sistemas educativos, que tanta falta hacen para sacar del rezago educativo a los habitantes de la región.
Recuerdo que en Balún Canán, Felipe organiza a los campesinos para iniciar una revuelta, pues Cárdenas les manda que construyan una escuela, pero ellos no quieren acceder. ¿Quién necesita una escuela? Cuestionan: —El patrón nos azotará si hacemos caso a Felipe—. Quizá eso pensó Aurelio cuando abandonó el cargo que el pueblo de México le encargó: ¿para qué necesitan escuelas en esa región tan alejada del centro del poder?
«…Antes de despachar a los indios a sus labores (el mayordomo) les descargaba sus buenos fuetazos. No como castigo, sino para acabar de despabilarlos. Y los indios se peleaban entre ellos queriendo ganar los primeros lugares. Porque cuando llegaban los últimos, el mayordomo estaba ya cansado, pero lo prohibieron, yo creo que porqué a los indios les gustaba y ya no tenía caso».
Eso es lo que argumenta César Argüello en la novela de la célebre Castellanos, y yo me pregunto si a los mexicanos nos seguirá gustando que nos den nuestros fuetazos, pues los insultos de la clase política no paran, se burlan y azotan los bolsillos y la dignidad de los pobladores y éstos, continúan brindándoles puestos públicos. Ahí el caso de quien estuvo al frente de Chiapas, por decirlo de alguna manera, durante los sismos de septiembre, Manuel Velasco, quien ya anunció que dejará su puesto para buscar el fuero ―como muchos otros― en un curul del Senado de la República.
Por Ernesto Jiménez
HOY NOVEDADES/LIBRE OPINIÓN