Orgía deportiva.
Federer y Picasso tomaron la decisión de entregarse profesionalmente a lo que más les apasionaba a la misma edad.
Tímido, reservado, sencillo, seguidor empedernido de AC/DC y Lenny Kravitz, aficionado del F.C. Basilea, admirador del estadounidense Pete Sampras, degustador de quesos italianos y padre de cuatro hijos, son algunas de las características de uno de los tenistas más grandes de la historia. Algunos aseveran que es el mejor de todos los tiempos, aunque me parece que emitir un juicio de esa magnitud está fuera de lugar, por mucho que el tenis sea un deporte individual.
A los 14 años decidió de manera definitiva dedicarse al tenis, la misma edad en la que Pablo Picasso optó, tras la muerte de su hermana menor, seguir su vocación y entregarse por completo a su gusto por la pintura. El suizo no se decidía por el tenis debido a que el futbol y el esquí sobre hielo también le seducían, el momento que le hizo optar por el deporte blanco fue la final de 1989 en Wimbledon, entre el sueco Stefan Edberg y el alemán Boris Becker, cuando después de pasar más de dos horas frente al televisor quedó maravillado por la calidad de ambos sobre el mítico césped de la catedral del tenis, esa que ya lo ha visto levantar el título en ocho oportunidades.
En ese momento inició una trayectoria monstruosa. Debutó como profesional en 1998 a los 17 años y se hizo de un nombre en el mundo del tenis gracias a la pulcritud de su servicio y a su magnífica volea. Para el 2003 conquistó su primer torneo grande: Wimbledon. En la tierra de la Reina Isabel, el Palacio de Buckingham y el Big Ben surgía un nuevo rey.
Podemos decir que el fanático de Angus Young es a Wimbledon lo que Nadal es a Roland Garros. Con la diferencia de que de los 17 Grand Slam que tiene el español, 11 los ha ganado en Francia; mientras que de los 20 que tiene el suizo tienen una mejor distribución: 8 en Inglaterra, 6 en Australia, 5 en Estados Unidos y 1 en Francia. Esto nos habla del dominio de todas las superficies, sea pasto, arcilla o cemento se rinden ante su calidad.
La elegancia con la que se desenvuelve sobre la superficie es admirable, cuando el suizo juega, los tenis, el short, la playera deportiva y la banda en la cabeza parecen no sentarle, él debería jugar de smoking y zapatos de charol. La serenidad con la que compite sorprende, parece que el público en la grada y frente al televisor está más nervioso que él cuando se alista para romper un game point o ganar un tie break en un quinto set. Cada que lo vemos en acción mi padre resalta esta cualidad con particular asombro. Atrás quedó el adolescente que rompía raquetas contra el suelo para sacar la impotencia después de fallar un tiro, circunstancia que el entrenador sueco Peter Lindgren le ayudó a trabajar canalizando su vehemencia hasta convertirlo en el tímpano de hielo que conocemos actualmente.
Es difícil asociar su juego con la música de AC/DC, más bien pareciera que se escucha de fondo una composición de Tchaikovski o Beethoven cuando sostiene y manipula una raqueta. El suizo es un artista sobre la cancha que parece moverse al ritmo de música clásica y haber dejado en el pasado, junto con sus rabietas, los eléctricos riffs de guitarra de la banda australiana que tanto le gusta.
Con 36 años su calidad luce intacta, ha ganado 96 títulos profesionales y delante de él solo está el estadounidense Jimmy Connor, quien ganó 109. Si ayer por la noche venció al australiano Joch Milman habrá pasado a cuartos de final para enfrentar a Novak Djokovic, quien le ganó recientemente la final del torneo de Masters 1000 en Cincinnati. Ahí sigue la posibilidad para este suizo de incrementar aún más su leyenda. Un hombre que en el 2003 tomó la decisión, para muchos petulante, de prescindir de su entrenador argumentando: «cuando estoy en la pista juego yo, no él. Aprendí tanto, que me sentí preparado para valerme por mí mismo, y por ello solo utilizo un amigo como sparring».
Ya son muchas las palabras sobre él y poco el tiempo que le queda de trayectoria profesional. Es momento de apreciar su calidad y ser consciente de que estamos frente a un deportista fuera de serie, un ganador por excelencia que no pudo contener las lágrimas cuando conquistó, a inicios de este año, su vigésimo Grand Slam en Melbourne. Disfrutemos de este prodigio del tenis llamado Roger Federer.
Por: Gustavo «El Displicente»
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