Tres manifestaciones de la nueva era
Transportistas desquiciaron la mañana de los capitalinos y todavía quieren aumentarles el pasaje a 10 pesos.
La manifestación de los transportistas que paralizaron la Ciudad de México la mañana y tarde de ayer no solo representó una embestida formal contra el Gobierno capitalino, también significó la visibilización de un sector que se presume estancado y con políticas añejas a su favor.
En meses pasados los taxistas hicieron lo propio y llegaron hasta la Plaza de la Constitución para protestar contra la competencia desleal que enfrentan contra los servicios de transporte mediante aplicaciones móviles; a ellos siguieron elementos de la Policía Federal que se dijeron presionados y violentados por su traspaso (obligatorio) a la Guardia Nacional.
Los transportistas quieren un incremento a la tarifa de la Ciudad de México; consideran «risible» que el pasaje mínimo en el Estado de México sea de 10 pesos, mientras que en la capital se ubique en (solo) 5 pesos. Dicen que con el incremento se podrá cambiar el parque vehicular y mejorar los servicios, dicen…
Sin embargo, algo que caracterizó a las tres manifestaciones fue su falta de simpatía con los capitalinos, pues dejando de lado las molestias típicas dejadas por una manifestación, los tres sectores concentran un discurso desfavorable: son inseguros, corruptos, ponen en riesgo a la población y su ineficacia ha costado ya vidas, además de ser los actores principales de algunos de los casos más aterradores de violencia e inseguridad contra la sociedad.
A las exigencias de los transportistas les hace falta en la balanza la mala calidad de muchas de las unidades que circulan en la ciudad; el servicio clandestino bajo el cual operan decenas de conductores; la inseguridad que se vive en paraderos, rutas y bases; los choferes que manejan bajo los efectos del alcohol (drogas en el peor de los casos) y que en repetidas ocasiones ponen en riesgo a los usuarios al tomar las calles de la ciudad como un circuito de carreras.
A los transportistas, taxistas y Policía Federal les hizo falta reconocer sus múltiples errores antes de salir a las calles a protestar; lejos de un ejercicio legítimo para alcanzar la justicia de sus respectivos gremios, sus manifestaciones han sido tildadas de oportunistas e incentivadas por esa esperanza de ser escuchados, algo que se negó en muchos años y que parece (ahora) posible, no porque el Gobierno sea otro, sino porque los tiempos son otros.
Hacerse escuchar se ha vuelto fácil, no así convencer a la población de que la razón camina junto a ellos.
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