El mundo de México es color rosa. Vivimos en un país en donde el gobierno federal ―sin importar qué partido político esté al mando―mantiene el peso estable con relación al dólar; no hay feminicidios (menos en el Estado de México, donde gobierna el magnánimo Eruviel); el crimen organizado existe, pero, como no es necesaria (¿o absurda?) una guerra contra el ejército, pues no hay «daños colaterales» ni luchas por el territorio entre ellos.
Las crisis son cosa del pasado. De hecho, en algún momento de la vida nos preguntamos si existieron ese tipo de sucesos; si realmente los hubo, algo es seguro: fueron hace muchos años. Porque, de un tiempo para acá, en nuestro país todo ha mejorado.
Ya no hay periodistas violentados, este gremio goza de una libertad increíble, puede señalar y juzgar, «sin pelos en la lengua», los casi nulos acontecimientos irregulares en el país, y se hace sin miedo a represalias. Al fin y al cabo esa es la tarea del periodismo.
Atrás quedaron los partidos políticos que se «rebajaban» a tener que regalar cosas para atraer la atención y el voto del pueblo, esto ya no es necesario; ahora los ciudadanos sólo basan su elección en los ideales que sus representantes les proponen, las sopesan en una balanza y deciden cuál se acomoda mejor a sus necesidades.
En el México de hoy, de forma recurrente ―pero sobre todo eficaz― se atrapa a exgobernadores que se salieron del molde perfecto que tienen la mayoría de los políticos en territorio nacional. Y estas capturas como las de Yarrington y Duarte ―que dejaron «en los huesos» a Tamaulipas y Veracruz respectivamente― son el botón de muestra del enérgico combate a la corrupción, y la coincidencia con los tiempos electorales es simple capricho del destino.
Y si los ahora enemigos públicos número uno del PRI se escabulleron tanto tiempo de la justicia no fue porque existiera una complicidad con autoridades gubernamentales, sino porque son unos pillos peligrosamente hábiles para huir de la ley, de esos que están en peligro de extinción en el México de hoy. Porque simple y llanamente ya no los hay.
Este es el mundo de Peña Nieto y sus amigos. Un mundo raro ―como dice José Alfredo Jiménez― en el que también «es preciso decir una mentira» para creer lo que se cuenta. Porque el «preciso» es tan objetivo e imparcial para diagnosticar los males del país que los que parece que viven en otro mundo somos nosotros. Un mundo que sangra por doquier y llora a mares; donde México está al borde del abismo por el cinismo de quienes lo mueven y por la indiferencia de algunos de sus habitantes, quienes realmente creen vivir en el mismo entorno que nuestro mandatario.
Entonces esa escena en la que nos pareció ver que Peña Nieto se «machucaba los labios» cuando dijo que la captura de Duarte era un golpe a la corrupción fue imaginación nuestra. No existió. Se trataba de un alucín que traíamos varios mexicanos. Porque realmente ese discurso fue real y honesto, la lucha contra el viejo sistema corrupto esta firme y mira para adelante. Es un futuro prometedor.
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