La plaza del ajolote.
A tres meses de entregar el poder, la pareja presidencial ya ansía salir de la opinión pública.
Se dice que una historia debería tener un final de acuerdo con sus sucesos más significativos, un desenlace que permita dejar atrás el relato, al tiempo que recordamos cada uno de los eslabones con los cuales fue conformada. En fin, toda narración, desde el principio hasta su consumación, debería estar en una sucesión de acontecimientos, todos ellos entrelazados e identificables, pero dignos de una historia propia.
Como un guion mal escrito de una telenovela mala, los actuales inquilinos de Los Pinos parecen culminar, hasta el fastidio, el periodo sexenal que les fue encargado. Angélica y Enrique están a punto de filmar el último episodio de su aventura presidencial, eso sí, sin boda y con un final feliz en peligro.
Fácil es recordar la historia del último emperador priista (al menos eso quisiéramos) sentado en la silla presidencial, emanado de las raíces más profundas del PRI, pero que, en seis años y con un séquito de seguidores de dudosa honestidad, entregará la banda presidencial al «máximo enemigo» del institucionalismo nacional.
Sin embargo, su historia al lado de la llamada «Gaviota» está cargada (favor de revisar las redes sociales) de escenas pintorescas, graciosas y discordes con los dos primeros mexicanos. Desde enojos, malos tratos, momentos embarazosos y un sinfín de memes, la pareja presidencial dejará huella en la opinión pública, la mayoría, cargada en su contra.
Y no es para menos el desprestigio alcanzado por ambos personajes, uno (él) abanderó la oleada de nuevos priistas que terminaron por ser los mismos viejos-nuevos con costumbres arraigadas y bien aprendidas; mientras que ella se encargó de sacar la casta en el momento más mediático de la administración peñista. La Casa Blanca de Angélica se convirtió en el sello de la historia entre los dos, impulsada por Televisa y derruida por la corrupción.
No fue fácil observar a Peña y a Rivera pelear en plena ceremonia del Grito de Independencia en Palacio Nacional, tampoco lo fue verlos discutir en sus viajes de Estado al extranjero, mucho menos cuando de la promoción de sus videos como gobernador del Estado de México, pasó a convertirse en la sustituta (por conveniencia política) de su difunta esposa. La misma que falleció y a Peña se le olvidó de qué.
Por eso no nos sorprendió leer ese texto escueto y falto de sentimientos, donde Enrique le expresa sus felicitaciones a Angélica por su cumpleaños, le agradece su entrega y dedicación para con su familia, y reconoce que, a lo largo de 10 años de matrimonio, pasaron muchas cosas que «han dejado huella (…) ¡Que Dios te Bendiga!».
Tal vez los 280 caracteres de Twitter no son suficientes para, además de todo lo anterior, escribirle un te quiero o un te amo a la persona que contribuyó a llevar, por un sexenio, las riendas del país. Quizá el contrato nupcial (si existe alguno) prohibía las muestras de afecto en público, tal como sucede en los contratos laborales, donde toda relación personal queda en extremo prohibida.
Así fue como Enrique parece despedirse de Angélica, sin sentimientos ni emociones, con un apretón de manos después de haber entregado diez años de su vida a un trabajo que, bien o mal, realizó en «favor de la patria».
Es evidente que la historia política dejará en el recuerdo de todos a Peña Nieto, por ser quien le entregue (después de tres intentos) el poder a López Obrador, sin embargo, en lo personal también quedará bajo el resguardo de la memoria, en una historia de amor que nunca existió, en un país donde las televisoras sí crean presidentes y primeras damas, aunque él ya no quiera serlo y ella ya vacacione en París, a falta de tres meses de terminarse la novela presidencial.
Por: Ernesto Jiménez.
HOY NOVEDADES/LIBRE OPINIÓN