Toda una maraña de sucesos históricos nos precede, delinea nuestras existencias y forja las coloraciones por las que filtramos lo que denominamos como «nuestra realidad»; sin embargo ―debido al ineludible saqueo cultural que representa cualquier conquista― negamos la existencia de esa nebulosa y caminamos inertes, carentes de raíces y confusos al construir los senderos para la posteridad.

Por Eztli Yohualli

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Toda una maraña de sucesos históricos nos precede, delinea nuestras existencias y forja las coloraciones por las que filtramos lo que denominamos como «nuestra realidad»; sin embargo ―debido al ineludible saqueo cultural que representa cualquier conquista― negamos la existencia de esa nebulosa y caminamos inertes, carentes de raíces y confusos al construir los senderos para la posteridad.

No es ficticia nuestra negación de la diversidad, basta con navegar unos segundos por las redes sociales para encontrarnos con un sinfín de comentarios y memes con chistes clasistas, racistas y sectarios, pues como mexicanos, parece que aún somos incapaces de comprender la multiculturalidad que nos define.

Después de años de negación y de enaltecer estereotipos de belleza occidental, también la hipocresía, se vuelve bandera en la expresión de discursos decoloniales: constantemente idealizamos un pasado indígena y la resistencia de la negritud estadounidense, mientras subyugamos a las comunidades con las que convivimos en la actualidad o, peor aún, ni siquiera las nombramos, como sucede con los grupos afrodescendientes, que también habitan en «territorio nacional». No obstante, no es para sorprendernos, pues básicamente actuamos como lo ha dictaminado el discurso del progreso material, impulsado por el mismo gobierno, que no se cansa de tratar de imitar el modelo gringo, cuando de «desarrollo se trata», a pesar de que nuestro contexto es, por mucho, distinto.

Pero como expuse, esta postura no es patente gubernamental, pues en la sublimación de lo gringo también actúan otros medios y otras colectividades que buscan teorizar con argumentos del primer mundo, las problemáticas que imperan en nuestro fantástico tercer caos.

En ese sentido y hablando en primera persona, la última generación que habló una lengua indígena, en mi familia, fue la de mi tatarabuela, Genoveva; después de ella, la urbanidad se fue adentrando en nuestros labios y la comunicación se limitó al español de México. Aun así, en el afán por recobrar parte de mis raíces, sé que en náhuatl clásico hay una figura poética que no encontramos en la literatura «universal» ―característica por no tomar en cuenta las expresiones que no pertenecen a la tradición occidental―: Los difrasismos, que conjugan dos ideas para expresar un concepto específico. Un ejemplo es el título de este texto: «Ic teixco, teicpac tinemiz», que literalmente se traduce como: «Vivirás frente a la gente, por encima de la gente», pero que se entiende como: Serás irrespetuoso.

El difrasismo es claro, quien camina por encima de los demás, siempre frente a ellos, exhibiendo que es poseedor de una verdad ajena a los ojos que no le pertenecen, es irrespetuoso. Esta enseñanza, que es completamente prehispánica, sigue diluyéndose en el olvido; y a cambio de su existencia, se recuperan discursos desde otros mundos, para tratar de explicar lo marginal en México y para exhibir como ignorantes a quienes no comulgan del todo con su pensar. Algo similar a la evangelización cristiana, que sigue considerando que vinieron a salvar a los nativos de la barbarie y el salvajismo que no son características inherentes a las culturas prehispánicas, sino calificaciones sobrepuestas a su cosmovisión.

Para reconocernos, no son necesarios los discursos extranjeros, ni los posicionamientos occidentales que nos dotan de cierta supremacía intelectual, por el contrario, tenemos que comenzar por observarnos, dejar de autonombrarnos poseedores de las teorías decoloniales de la salvación, escucharnos y aprender de las visiones que fueron parte de nuestro pasado, para aprender de ellas y reconfigurarnos con otras voces.

Es imprescindible entendernos en función de otros pensamientos, no basta con insultar al otro, nombrándolo blanco o colonizador, tenemos que aprender de los discursos primigenios de estas tierras, entenderlos, difundirlos y practicarlos; de no hacerlo así, seguiremos siendo irrespetuosos, caminando frente y encima del otro, negando las enseñanzas y consejas de nuestros antepasados, con actitudes, meramente, occidentales.

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