Siéntate, escribe, apunta la tarea, no platiques, realiza el ejercicio, no te levantes, usa el uniforme, no te vistas de negro, no uses maquillaje, no te pintes el cabello, no bailes, pide permiso para salir, pide permiso para hablar, pide permiso para callar… ¡REPROBASTE!
Todo el tiempo estamos sujetos a las órdenes de quienes nos tienen bajo su tutela, ya sean nuestros padres, nuestros familiares o las autoridades escolares con las que convivimos a diario. Y como estamos sujetos a esas órdenes, estoy segura de que más de una vez hemos sentido la necesidad de no escuchar, de cerrar los ojos y emitir una negativa o, hablar como Bartleby, y decirle a nuestros padres y maestros: “Preferiría no hacerlo”.
Herman Melville retrata en este texto, El escribiente, una afirmación producto del andar existencialista en una época de transición, pero también emite una analogía que, como profesores, podríamos realizar con nuestro trabajo dentro de las aulas.
Seguramente, muchos de nosotros nos hemos encontrado con un escribiente que, al igual que Bartleby, emite negativas ante todas las órdenes. Y seguramente, hemos discutido mucho con ese alumno, nos hemos desesperado y hasta decepcionado. Sin percatarnos de que ese chico, o chica, quizá tiene cualidades que no hemos descubierto en ellos, o simplemente, está cansado de su entorno.
Mientras leía el libro, realicé una comparación con los alumnos, hay estudiantes que son muy renuentes a las órdenes que se emiten dentro del aula, pero ¿cómo no ser desafiante, si todo el tiempo se nos ordena? A veces olvidamos el sentir adolescente, olvidamos que el contexto en el que se mueven los alumnos es de presión.
Los presionan sus padres para que sean buenos estudiantes, los presionan sus familiares para que sean buenas personas, los presionan sus profesores para que sean responsables, los presionan sus directores para que tengan buena disciplina, los presionan los religiosos para que tengan buenos valores y hasta los presionan los amigos para que adopten ciertas posturas. Ellos han crecido en un ambiente en el que todo se ha dicho, les han escrito casi todo su destino. La sociedad en la que nos desenvolvemos es un cubo gigantesco compuesto por pequeños cuadrados que nosotros elegimos para definirnos.
Nos dicen qué ropa usar, qué auto comprar, qué cosas comer, qué cosas pensar, qué cosas estudiar, qué cosas cantar, cómo vivir, cómo crecer, cómo hablar y hasta cómo soñar. Desde que nacemos estamos condicionados a un mecanismo casi perfecto, que adquiere movimiento con nuestra aceptación, pero cuando somos adolescentes tenemos la capacidad, no todos, pero los más rebeldes sí, de gritar al mundo un: ¡no!
Al igual que el escribiente, cuando somos adolescentes tenemos la capacidad para rechazar ciertas posturas o ideas, y no es que seamos desequilibrados emocionales, simplemente no comprendemos, por qué las cosas ya están escritas y por qué las aceptamos tan fácilmente.
El contexto nos define, si vivimos en un contexto violento, seremos violentos; y este condicionante lo olvidamos al momento de dar clases. No generamos ambientes propicios para que el aprendizaje y si lo creamos, nos quedamos a la mitad, porque los alumnos se sienten cómodos y se quedan en esa zona de confort, ensimismados en sus propias problemáticas que siempre subestimamos o desdeñamos. Nos olvidamos del sentir humano de los alumnos y los concebimos como simples esponjitas absorbe conocimientos, lo que es un gran error. Bartleby estaba condicionado por su contexto, es un personaje que se sabe inmerso en una ficción, en una realidad que puede ser cuestionable, que no es perfecta, ni estática, por eso, tiene la capacidad para decidir enfrentarse a quien intenta emitir órdenes. Es un personaje que parece inerte, porque no es participe del mecanismo que nos mueve como sociedad.
Bartleby es un personaje que se sabe solo, y que gusta de su soledad, que no requiere de la aprobación de nadie, que no sabe de satisfacción, porque está rodeado de una realidad que le muestran como inalterable, pero que su mayor premisa radica en lo absurdo.
Así son muchos alumnos, quizá así fuimos nosotros. Y no siempre podemos modificar el pensamiento de esos alumnos, lo mejor que podemos hacer es no emitir órdenes, sino tratar de convivir con ellos, buscar una retroalimentación, para que se sientan comprendidos y no se queden en un eterno ¡Preferiría no hacerlo!
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