La debacle institucional del PRI.
La era del no me acuerdo

La debacle institucional del PRI.

Peña Nieto olvidó tres títulos de libros que marcaron su vida; Pepe Toño olvidó el título del libro que él mismo escribió…

Cuando creíamos que los deslices intelectuales de Peña Nieto serían el final de una de las épocas más negras del priismo nacional, su (aspirante) sucesor del trono, en otras palabras el priista número dos de México, Pepe Toño como le dicen los amigos, nos hizo recordar (léase reír) los constantes tropiezos del presidente nacional.

Desde el «Infraestructuchur» hasta el «ya sé que no aplauden», Peña dejó al descubierto su gran manejo del lenguaje, su capacidad de oratoria y su —no menor por estar en último lugar— implacable destreza con los números y la matemática en general.

Aunque al principio titubeó al no recordar tres libros que marcaron su vida, después —como todo buen lector— recapacitó y puso por delante a la Biblia; tras ella, a La Silla del Águila, de Enrique Krauze (sic), novela que por su solemnidad vale por dos y, sumados al texto sagrado, dan los tres (usando la matemática peñista) que el reportero le pidió.

Ese fue el arranque de la crisis de imagen que costó millones de pesos, muchos de ellos pagados a las televisoras, y que terminó por hundir al priismo a escala nacional. Peña y sus desafortunadas palabras no solo nos regalaron risas y momentos de diversión, también lo recluyeron en su mundo ideal (ese de las cuentas bien hechas), y de paso, le quitaron toda posibilidad de competir a Pepe Toño.

Peña y, en general, el nuevo PRI (los Duarte y el ya no prófugo Roberto Borge) fracasaron, tanto así que ―después de que el mismo Enrique reconociera a los exgobernadores, en televisión abierta, como la renovación y esperanza del partido―, cuando más tarde le preguntaron por ellos, el presidente dijo «no recordar la alusión»; en un intento por deshacer sus palabras y esconder el dedo selector que los designó en los estados de la República que terminaron por saquear.

Desde su ascenso al poder, quedó al descubierto el rebote que generó la exposición de un candidato presidencial en los medios de comunicación, su imagen, sin el resguardo de la edición y la censura selectiva, dejó al descubierto el cascaron que por casi seis años ha vivido en la Residencia Oficial de los Pinos.

A Pepe Toño se le olvidó el título del libro que él mismo escribió, al menos así lo aseguró, aunque más tarde, ya descansado y con unas horas de reflexión pudo recordar. El México que merecemos ―vaya que era difícil recordar tan profundo nombre―. Al tiempo, otro de los rostros más comunes en la campaña priista ―no, no fue Enrique Ochoa―, Aurelio Nuño se agarró a 280 caracteres con la siempre ágil Tatiana Clouthier; el flamante refuerzo de la SEP afirmó que gastar millones de pesos en promocionar su imagen «no es una grosería». Cómo va a serlo, si lo único que buscaba y le preocupaba era explicar, a todo México, de qué se trataba su Reforma Educativa.

Más de 2 000 veces el presupuesto aprobado fue lo que gastó el bienhechor Nuño, pero, todo sea por el bien de las y los niños. Pepe Toño, desde su oficina en Hacienda hizo caso omiso, tal vez porque ya andaba pensando en su campaña o nada más porque se le dio la gana no mirar los aires de las Secretarías de Estado.

Entonces, nosotros nos preguntamos, qué sí es una grosería, ¿acaso cumplen con los «requisitos» los desfalcos de los gobernantes priistas de Veracruz, Tamaulipas, Quintana Roo, Tabasco, Chihuahua, Coahuila, Estado de México o los casos de Odebrecht, la Estafa Maestra, la Casa Blanca, OHL, Atenco, Ayotzinapa y Tlatlaya?

Tal vez sea grosero para el PRI y Peña Nieto (siendo el priista número 1) no aplaudirle al terminar un evento público o exigirles poner fin a los asesinatos de periodistas, mientras que usar a los medios de comunicación para crear presidentes, censurar a comunicadores incómodos, usar a la PGR de manera facciosa para desacreditar candidatos o voltear la mirada cuando asesinan a una mujer, un periodista, un estudiante o un mexicano, les siga pareciendo lo más común en el país.

Es cierto, Peña nos regaló, y ahí quedarán, en YouTube, las falacias verbales del presidente, sus malos chistes, sus malas caras, su insolencia ante el repudio de la prensa severa; pero los rasgos del priismo seguirán, en manos y labios de quienes se aferran a dejar el poder: por ideales, por poder o por historia institucional.

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