La muerte rondaba por las calles del Centro,

su guadaña y túnica no pasaban desapercibidas,

rondaba cerca de las calles de Juárez y Madero;

a la Secretaría de Relaciones Exteriores se dirigía.

 

Al llegar al edificio le preguntaron por quién venía:

―Por un joven y modesto aprendiz―, indicó la Huesuda,

quien subió al elevador y con urgencia oprimía

los botones para ir por Videgaray y su alma tozuda.

 

―Luisito, vengo por ti― dijo la calaca con una voz áspera.

Luis se quedó pasmado, sin embargo, una buena idea se le ocurrió:

―Es mi primer día―, le respondió,

pero esta no le creyó nada.

 

―¡A mí no me quieras engañar! A principios de año dijiste que venías a aprender―,

señaló la Muerte, en medio de gritos y sombrerazos.

―¡Vamos al inframundo!, ahí nos ayudarás con unos tratados que tenemos que ver;

con el Limbo y el Cielo, debemos agarrarnos a verdades y zapatazos.

 

―¿No quieres llevarte a mi hermano? Él es el creativo de la familia―,

comentó un Luis que le estaba rezando a su mano en la que llevaba un relicario.

A lo que la Muerte, con guadaña en mano, su alma al inframundo exilia:

―Me gustan sus chistes y albures, pero tú vienes conmigo, serás mi nuevo becario.

 Por Christian Arrieta