La tradición en nuestro país dicta que en la mesa de los mexicanos la tortilla de maíz es indispensable. Los mayas lo sabían y por eso en su libro sagrado, el Popol Vuh, establecieron que humanidad y maíz son elementos inseparables; además de definir a esta planta como un elemento vital para los indígenas mesoamericanos.
De tal forma que la tortilla es un tipo de símbolo de identidad que podría convertirse en un lujo. Sí, la cuesta de enero aparece en el seno de las familias mexicanas y el aumento en el precio de los insumos empleados en la producción de la tortilla –léase energía eléctrica, gas y, desde luego, el maíz– permiten que los vendedores tengan la potestad de elevar el costo de su producto.
La Profeco ya advirtió que el aumento puede estar más que justificado pero no debe de haber un «agandalle» de los tortilleros. De acuerdo con sus datos, los regios –vaya paradoja– son los que más desembolsan por las tortillas: 15 pesos; mientras que los chilango pagan 12.83 varos. Sin embargo, la dependencia señaló que el promedio nacional del precio de las «gordillas» es de 13.06 pesos y detalló que el valor puede variar incluso en la misma ciudad.
Ya en diciembre pasado la Unión Nacional de Industriales de Molinos y Tortillas (Unimtac) advirtió que aumentaría el kilo de «gordas» hasta tres pesos, su argumento –como decíamos líneas arriba–es lógico: sube la materia prima y la forma de transportarla.
Acá entra el tema de casi siempre: los abusos de los vendedores. Porque la tortilla es codiciada por gran parte de los mexicanos y esto se presta para lucrar con ello. Ante tal circunstancia la Profeco acotó que no va a «permitir que haya utilidades impúdicas».
Hablando de… llegamos con quienes mueven buena parte de los hilos de la vida nacional. Los políticos, que con la reforma energética con la cual prometieron que las tarifas de luz, gas y gasolina bajarían. Pues ya estamos comprobando que no y, como efecto dominó, empezaron a subir los precios en otros productos.
Peña Nieto dijo que ya no habría gasolinazos y ¡pum! Bien podrían decir quienes votaron por el copetudo como Lupita Dalessio: «tú me enamoraste a base de mentiras». Porque firmó 266 compromisos durante su campaña y, para septiembre del año pasado, solo había cumplido 102.
El «Te lo firmo y te lo cumplo» quedó en el olvido para dar paso al «Lo bueno casi no se cuenta pero cuenta mucho» como forma de abrir el paraguas ante la lluvia de señalamientos y para tratar de probar que sí le ha echado ganitas en eso de conducir al país. Tan comprometido está que se encargó de alegrarnos más de un día con sus resbalones.
Nada más no se les ocurra preguntarle a cómo está la tortilla porque «él no es la señora de la casa».
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