De los estados en donde este 2017 se disputarán comicios electorales para decidir gubernaturas, Coahuila, Nayarit y Estado de México, será en este último donde prácticamente se desatará una total reyerta por hacerse del bastión con mayor número de votos que se asemejará a una inyección de adrenalina en las elecciones presidenciales de 2018.
Particularmente, esta contienda también tendrá un condimento adicional, pues como sabemos, durante el 2016 el mapa político de México adquirió una tonalidad blanquiazul y amarrilla: Durango, Veracruz, Tamaulipas y Quintana Roo dejaron de ser priistas luego de 86 años consecutivos, así como Chihuahua después de 18, además del triunfo del primer candidato «independiente» que se hizo de una gubernatura; Jaime Rodríguez Calderón, en Nuevo León, que dicho sea de paso, también era territorio del PRI.
El resultado: Acción Nacional resultó ganador de siete gubernaturas, dos de ellas en alianza con el PRD (Durango y Quintana Roo). La realidad de hoy es que la entidad mexiquense, la cuna priista por excelencia, podría correr la misma suerte que dichos estados.
Hay quienes dicen que el éxito panista se derivó principalmente porque el Revolucionario Institucional recibió un castigo por parte de los electores que no coinciden con las políticas de matrimonio igualitario, o las adopciones de infantes por parejas del mismo sexo. Inclusive haciendo memoria, sobra recordar las declaraciones del arzobispo de Culiacán, Jonás Guerrero Corona, quien le preguntaba al presidente Peña Nieto «¿No será que anda buscando ‘gavioto’ en vez de gaviota?».
No podemos dejar de mencionar el descontento generado por las reformas estructurales implementadas por la actual administración, traducidas en bofetones directos a la economía familiar, con alzas en algunos gravámenes, o los ya constantes aumentos en los energéticos; llámese luz, gas LP, gasolina, que también vislumbran un futuro tambaleante para el tricolor en el Estado de México y sus más de 11 mil electores.
¿Qué más? Las denuncias por corrupción sobre el exmandatario veracruzano Javier Duarte y la nula participación que tiene su presidente nacional, Enrique Ochoa Reza, quien prácticamente ha dejado solos a los secretarios de Economía y de Hacienda cuando se trata de salir y dar la cara ante las demandas por el gasolinazo.
Y como si no fuera suficiente, para hacer más tenebroso el panorama, la personalidad aminorada del presidente Peña Nieto ante la nueva administración estadounidense, encabezada por Donald Trump, también ha asestado un tupido golpe en la imagen del otrora gobernador mexiquense, por ende también en la de su partido.
Inclusive, sin hablar de la contienda que tendrán contra la oposición de Morena y la pareja de moda «PRD-PAN», más allá de la disputa interna entre el PRI del actual gobernador Eruviel Ávila y la fracción de Peña Nieto, que al final va dejando en el camino a la secretaria de Educación mexiquense, Ana Lilia Herrera, para presentar como precandidato único a Alfredo Del Mazo, la realidad del partido es una voraz tormenta.
Perder el territorio mexiquense prácticamente sería iniciar la cuenta regresiva para que el tricolor nuevamente diga adiós a Los Pinos. Los fantasmas del mismo partido son y seguirán siendo su mayor enemigo.
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