Los políticos son generadores de mitos. Éstos son relatos simbólicos fundamentar sistemas de valores y proyectos de nación. Expresan de dónde vienen y a dónde van.

Los mitos son símbolos articulados en un relato y buscan configurar una cosmogonía, una forma de estar en el mundo.

Así, por ejemplo, desde MORENA, el relato fundacional incluye los hitos del desafuero en 2005 y el fraude de 2006, dos momentos fundacionales del obradorismo.

Para recrear esos mitos y mantenerlos vigentes, también se generan ritos. Éstas son ocasiones especiales, ceremonias, donde se recuerdan los símbolos que dan sentido al relato.

Los antropólogos han clasificado los ritos en ceremonias de iniciación, tránsito y logro, y en gran medida sirven para apuntalar la pertenencia a un grupo.

Los ritos constan de un ceremonial, el cual consta de un protocolo y etiqueta.

El protocolo incluye la forma de dirigirse a las personas que participan en el rito, un tratamiento especial. En el tratamiento político importa la enunciación de los cargos: presidente constitucional a la presidencia de la república, candidato de unidad, coordinador de los comités de la transformación.

El protocolo asigna también los lugares en la ceremonia: quién encabeza, quién ocupa el sitio de honor. También incluye la etiqueta: qué vestimenta es la adecuada para esa ceremonia y qué modales, gestos o ademanes se deben realizar. Levantar la diestra mientras se dice “sí protesto”, es parte del protocolo cívico.

El lugar donde se celebra el rito no es un lugar ordinario, se decora expresamente para la ocasión. Cada decoración busca rememorar valores o aspectos clave del mito.

El éxito del rito se mide en la satisfacción emocional de los participantes, en las emociones que se tocan. Así, veremos que los equipos de comunicación destacan rostros de asistentes a los mítines extasiados por las palabras de un líder, conmovidos o enardecidos.

Un rito no exitoso, es un evento desangelado, donde los asistentes no se muestran embelesados por participar.

Por ejemplo, en el PRI de antaño, el candidato oficial pasaba por un rito de iniciación: el destape, la cargada de los sectores y el besamanos.

La campaña era un rito de tránsito, el baño del pueblo para hacer propias las causas de la revolución. La asunción del poder y los informes de gobierno eran los rituales de logro.

Los mítines que estamos por presenciar en las precampañas y campañas del proceso electoral 2023-2024 tienen más una función ritual para los seguidores de cada fuerza política que de persuasión para los indecisos.

El apuntalamiento de la cohesión interna es el primer paso a dar en una campaña política. Antes de salir a conquistar “indecisos” hay que tener afianzados a los de casa.

Los seguidores propios, no motivados, no votan por un candidato opositor, simplemente no salen a votar y en el balance final de elección sus votos pueden llegar a ser clave, en especial en un escenario electoral cerrado.