La Iglesia Católica intentó evitar el escándalo, en lugar de apoyar a las víctimas, aseguró Josh Shapiro, Fiscal General del Estado.
Desde 1947 se logró detectar a más de mil víctimas, pero se cree que la cifra real sería mucho mayor.
Durante el transcurso de la tarde del día de ayer, la Corte Suprema de Pensilvania entregó un informe en el que se da cuenta de acusaciones por abusos sexuales a más de mil víctimas infantiles y que involucra la participación de al menos 300 sacerdotes, entre ellos, altos mandos de la Iglesia Católica de Estados Unidos.
En el informe, de más de 1,300 cuartillas, se asegura que el número de víctimas podría ser mucho mayor, no obstante, ante el temor y la vergüenza a denunciar los abusos, creen que hay muchos casos que no se registraron. Aun así, la cantidad de las acusaciones es inmensa, y datan desde finales de la década de 1940.
De acuerdo a la información publicada por la Corte, la Iglesia Católica tenía conocimiento, desde 1947, de algunos casos de pederastia, sin embargo, altos mandos de Pensilvania, a través de una red de «encubrimiento sistemático», callaron las agresiones contra los menos, la mayoría de ellos hombres, aunque también existieron abusos contra mujeres.
«Los sacerdotes violaron niños y niñas, y los hombres de dios que eran responsables de ellos no solo no hicieron nada, sino que lo ocultaron durante décadas», se lee en parte del informe. No obstante, pese a la crueldad de los casos, así como la precisión en algunos detalles, las autoridades confirmaron que por ser demasiado antiguos, la mayoría no podrían ser «sometidos a juicio». Aunque si se presentarán cargos contra algunos sacerdotes, refirió el jurado investigador, al tiempo que reconoció la fuerza de su informe, pues ya se conocían ciertos casos de abuso, «pero no a esta escala».
Mediante una conferencia de prensa, Josh Shapiro, fiscal General del Estado, afirmó que la prioridad de la Iglesia Católica nunca fue «ayudar a los niños, sino evitar el escándalo», por lo que ocultaron los casos ocurridos en seis de las ocho diócesis de Pensilvania: Harrisburg, Pittsburgh, Allentown, Scranton, Erie y Greensburg.
La mayoría de las víctimas, se lee en el informe, fueron «manipuladas con alcohol o pornografía» por sus agresores, quienes los obligaban a masturbarlos o a mantener relaciones sexuales vaginales y anales con ellos. Además, mencionó Shapiro, los niños y niñas abusadas eran portadores de una cruz de oro para diferenciarlos de los demás, en el texto se lee el caso de una menor embarazada tras ser abusada por un clérigo.
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