Con motivo de una conmemoración más del Día del Trabajo, hagamos un poco de memoria. Durante el segundo mandato del PAN en Los Pinos, el dipsómano Felipe Calderón se autonombró como el «presidente del empleo», y prometió crear un millón de trabajos por cada año de su administración. Y como «del plato a la boca se cae la sopa» o «presi que promete no cumple» ―al más puro estilo de Peña Nieto― lo más que consiguió el panista fueron 732,400 durante el 2010, según el Inegi… pues nos quedó mal.
En un contexto más cercano, el mismo instituto, refirió que, durante los últimos tres meses del 2016, la tasa de desempleo fue de 3.6 por ciento de la Población Económicamente Activa, lo que representó el segundo más bajo de los últimos diez años. Las cifras pueden revelar un buen registro, pero como dice el dicho popular «las estadísticas son como las minifaldas, enseñan mucho, pero no lo más importante».
Porque casi el 60 por ciento de la población ocupada, lo hace sin ningún tipo de contrato ni prestación que por ley debería tener. La informalidad ha sido un sendero recurrente para las empresas y dueños en el país: no se pagan impuestos y no hay ningún tipo de compromiso con el trabajador.
Pero también, muchas personas optan por la informalidad. Es mejor tener negocio propio o trabajar por su cuenta, que estar atado a una fábrica en la que se está encerrado ocho horas al día, realizando labores mecánicas y monótonas, aguantando al patrón embustero y con un sueldo risible. Así como hay quienes optan por el camino más cómodo: la delincuencia.
Algunos más, al palpar la realidad de las condiciones laborales que hay en México, buscan el sueño americano ―que ya no es tan seductor como antes, desde la llegada de Mister Trump― para ganar en dólares, aunque esto implique separarse de la familia.
Por ello, es necesaria una reforma laboral que incentive la creación de más y mejores empleos, así como la contratación de personal en las empresas, las cuales deben fijar una mejor remuneración y prestaciones que sean más atractivas para el mexicano común. Y también se requiere que ramos como el manufacturero sea impulsado en forma y fondo, porque es notorio el olvido en el que se encuentra o la poca atención que se le presta en comparación con los cotos empresariales.
Por otro lado, los sindicatos que nacieron para luchar por los trabajadores y sus derechos, ya están viciados. Muchos de ellos son manejados por líderes que se enquistan en su puesto por algunos años y, para colmo de males, con intereses políticos que son los que mueven el hilo conductor. Por ejemplo, Francisco Hernández Juárez, quien ha visto desfilar a siete mandatarios por Los Pinos, mientras él continúa sentado en la silla principal de Sindicato de Telefonistas de la República Mexicana (STRM).
Ante todas estas inconsistencias que mantienen a México ocupado pero sin progreso, podríamos concluir con la sencilla frase tan llena de sabiduría de Cristina Pacheco: «Aquí nos tocó vivir».
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