En la mitología griega; Némesis, la diosa de la venganza, castiga a Narciso, un joven que enamorado de su propio reflejo rechaza el amor de la ninfa Eco. De este mito se desprende la caracterización de una de las personalidades más extraordinarias de la psicología humana, el narcisismo.
Todos somos narcisistas, en menor o mayor grado, por eso no es tan sorprendente el éxito de las redes sociales como Facebook, que son plataformas digitales en las que cada individuo muestra las partes más convenientes de su existencia.
Generamos una imagen virtual de lo que nos gustaría que las personas piensen sobre nosotros, por eso reflejamos felicidad, éxito, amor, deleite y belleza. Aunque habrá quienes tengan otras consideraciones respecto a la belleza del horror, cada uno posee en su cerebro una infinidad de imágenes virtuales, validadas por el morbo que nos producen las vidas ajenas.
Pero al fin y al cabo, desde nuestras fronteras exponemos imágenes convenientes sobre nuestros, porque a nadie le gusta mostrar las partes más retorcidas de su ser, a menos que su interés principal sea causar desagrado o llamar la atención de quienes los rodean. Por eso encontramos, en este tipo de plataformas, rostros de personas que presumen de una felicidad o una tristeza magnánimas que sólo se mantienen inmutables e imperecederas en el mundo digital.
Como mencioné anteriormente, todos tenemos un grado de narcisismo ―yo trataré de leer dos veces esta editorial, porque no quiero cometer algún error y quedar mal ante ustedes, queridos lectores―, sin embargo, hay un narcisismo patológico, uno que no es normal, que genera desagrado y en el que, indudablemente, podemos catalogar a Donald Trump.
La doctora Feggy Ostrosky, autora del libro Mentes asesinas. La violencia en tu cerebro, realizó un análisis del paradigmático magnate, presidente de la nación más poderosa de la Tierra, y en sus conclusiones, determinó que Donald Trump es un narcisista patológico.
Sus argumentos fueron muchos, pero destacaron dos importantes; el primero, cuando falleció su padre, el magnate afirmó que lo mejor que pudo hacer su progenitor, fue criar a un hijo tan maravilloso como él; así es, con luto y todo, el presidente estadunidense terminó hablando de sí mismo.
El segundo, además de percibirlo en sus actitudes y comentarios tuiteros, el empresario eligió la canción «A mi manera» de Frank Sinatra, para su primer baile presidencial, canción que desde el título comienza a expresarse en primera persona. Todo lo haremos a mi modo, hasta el amor debe apegarse a mi YO superior todo poderoso y sobrenatural.
Sin duda, el magnate ha mostrado en múltiples ocasiones su narcisismo patológico, mismo que podría generarnos problemas diplomáticos, pues una persona narcisista patológica no es empática ni abierta al cambio, por el contrario, es autoritaria, cínica y maquiavélica.
Por ello la preocupación internacional de que una persona así llegue tan fácilmente al poder, y lo que es peor, que a su llegada, grupos de odio, de discriminación y ultraderechismo aparezcan para ser siervos fieles del mandatario norteamericano.
Sólo espero, que tras las recientes protestas, las voces internacionales vuelvan a unirse, resurjan como Némesis y castiguen con sus discursos de inclusividad a este magnate que se sigue creyendo el Rey del Mundo, con sus cortinas doradas en la Casa Blanca.
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