La historia del colonialismo que se niega a la extinción
Colonialismo: Sustantivo masculino que hace referencia a la dominación política y económica de un extranjero que explota y domina a una colonia.
En pleno siglo XXI, la palabra «colonización» parecía tener un tinte de antigüedad, como si su uso se limitara a las páginas amarillas de los libros de historia y a la opresión de pueblos nativos exterminados y reprimidos, como los mapuches, que nos negamos a aceptar. Pero el término ha adquirido nuevas proporciones, se ha ganado su lugar en las narrativas históricas de la actualidad.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, inició su campaña con un discurso antiinmigrante, en el que aseguró, con una falacia por generalización, que los indocumentados ―en su mayoría latinos― eran asesinos, violadores y gente de poco fiar.
Más adelante se filtró un video del 2005, donde el magnate realiza comentarios misóginos, señalando que como «estrella», las mujeres (en plural) «te dejan hacer lo que quieras».
Con tales comentarios, el magnate se ganó la desaprobación social; sin embargo, pese a las especulaciones y el descontento internacional, Donald Trump ganó la presidencia.
La victoria del republicano fue vista, por muchos, como una prueba más de que una sociedad machista no puede asumir una realidad en la que una mujer sea la mandataria del país más poderoso del pequeño planeta Tierra. Y la inconformidad no se hizo esperar.
Mientras Donald Trump juraba actuar bajo los términos de la legalidad, como nuevo presidente de Estados Unidos, en los puentes del Támesis se colocaron mantas con las frases: «Los migrantes son bienvenidos», «Solidaridad vence fronteras» y «Bienvenidos, refugiados», frases que muestran discursos de inclusión, de comprensión, de multiculturalidad y pluriculturalidad, contrarias a los comentarios del presidente estadounidense.
Por otro lado, las mujeres también salieron a manifestarse, y no salieron solas, pues la protesta unió las voces de las minorías, de los inmigrantes y de las mujeres, en pro de que se respeten los derechos civiles. La marcha fue magna e internacional, se llevó a cabo en 670 ciudades de Norteamérica y en más de 70 países.
Y no fue una marcha que portara la bandera de la segregación, por el contrario, mujeres y hombres, de todas las edades, de los credos más diversos y de diversas posturas ideológicas salieron a exponer su inconformidad, ante un discurso nacionalista que niega toda diversidad.
Una de las figuras más importantes en la marcha fue Angela Davis, activista afroamericana, quien puntualizó: «En un momento difícil de nuestra historia, recordemos a los cientos de miles, millones de mujeres, personas, trans, hombres y jóvenes que estamos aquí, en la Marcha de las Mujeres, y representamos a las poderosas fuerzas del cambio que están decididas a evitar que las culturas moribundas del racismo, el heteropatriarcado se levanten de nuevo».
Angela Davis acierta al nombrar como moribundas a las culturas del racismo y el heteropatriarcado, pues comprende que son las bases ideológicas del NAZIonalismo de Donald Trump, NAZIonalismo con el que pretende forjar la nueva unidad estadounidense, por eso moribundas, porque la mayoría rechaza ese tipo de discursos, pero una minoría aún apuesta por brindarles un nuevo soplo divino.
Ante la inconformidad, el mandatario del «país más democrático» del planeta decidió responder con medidas colonialistas.
Colonialistas porque pretenden imponer una moralidad y una forma de expresión. Respecto a la moralidad, el magnate decidió cerrar portales web que informaban sobre el VIH y los derechos civiles, como el derecho a la libre sexualidad. Para Donald Trump no parece un tema relevante, pese a que abunda la discriminación por cuestiones de preferencias sexuales.
Por otro lado, y pese a que el español es la segunda lengua más hablada en Norteamérica, al presidente del país que vela por la libertad, se le ocurrió la grandiosa idea de cerrar el portal en español de la Casa Blanca.
No es sorprendente que el magnate-presidente retome esta postura, ya había realizado críticas al idioma, considerando que era absurdo hablar español en un país, donde 55 mil habitantes hablan inglés. Lo que olvidó el presidente es que esos 55 mil habitantes no son la totalidad de la comunidad estadounidense, ahora también hay comunidades hispanas que ya son mayoría y que tienen derecho a conocer su situación legal en su idioma nativo.
Donald Trump apela a una nueva asimilación cultural, supondrá que, «en su territorio», todos debemos negar nuestras raíces culturales y convertirnos en imitaciones gringas, bajo sus estándares y estereotipos para ser aceptados.
Hay que mencionar, también que en su gabinete no aparece el nombre de ningún latino, y ni siquiera ha nombrado al encargado de comunicarse con la prensa hispana, lo que es una muestra total de su falta de interés por la comunidad que se expresa y piensa en español.
El magnate no se ha dado cuenta de que ese discurso asimilacionista no es viable, que incluso países como México dejaron de lado su retorcida idea de acabar con las lenguas indígenas para imponer el español a todos los mexicanos.
Es cierto que el idioma determina nuestra forma de pensar, y ahí la importancia de erradicar el español, de hacer pensar que debemos agringarnos, debemos expresarnos en sus leyes, en sus expresiones culturales y hábitos de consumo.
Donald Trump ha dejado en claro que durante su mandato no habrá lugar para la comprensión y la otredad, todo lo que no pueda expresarse en inglés norteamericano será negado, invalidado y hasta oprimido.
Pero como dice una canción: «hate is just a four letter word» y lo traduzco, con toda la libertad que tengo como hablante hispana: «el odio es una palabra de cuatro letras» y afuera, los discursos de inclusión son más amplios.
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