Estados Unidos y Rusia saben que el conflicto en Siria se está descontrolando. Así que, como si esto se tratara de una fiesta más, los amigos Trump y Putin se alistan para llegar a la cita. Sin embargo, dar con el domicilio no es fácil. Se necesita de paciencia y perseverancia, porque no es una fiesta cualquiera, se trata de una que podría llegar a considerarse la tercera de su tipo. La primera data de 1914 y la segunda de 1939. Y vaya festejos, las resacas fueron brutales.
Por ahora todo parece ir a paso lento. La relación entre los presidentes de Estados Unidos y Rusia parece entrar en uno de esos lapsos en los que no se sabe si tomar la iniciativa y mandar el mensaje o esperar a que el otro lo haga.
Los norteamericanos lanzaron un ataque a Siria como respuesta al ataque con armas químicas que el presidente Bashar Al Assad (peor que Hitler, según el vocero de la Casa Blanca) ordenó contra los rebeldes de su país. No obstante, hay versiones que apuntan a que fueron los propios gringos quienes orquestaron este atentado para poder entrarle a la diversión con invitación en mano y no como un colado más.
Porque hay algo muy claro: Putin respalda al dirigente sirio y Trump armó a los inconformes que combaten el régimen. Acá encontramos uno de los puntos de discordia entre los grandes amigos. Ambos están muy bien armados para la cita, pero de alguna manera la diplomacia y los múltiples intereses en común los tienen con las manos quietas. No descartemos que se aburran y se animen a armarla en grande para repartirse el pastel.
Otro que se ha mantenido al margen de esta reunión mundial es Corea del Norte. Invitado de lujo, si de este tipo de fiestas hablamos. Los norcoreanos están preparadísimos para entrarle al descontrol, de ahí que resulte un tanto enigmática su postura de sólo esperar a que los demás le caigan para entonces sí, ir con todo. Si bien hay tensiones en su costa marítima con los norteamericanos, que recientemente acercaron de más sus tropas, no pasan de miradas de reojo, insultos telepáticos y pruebas de armamento para calar qué trae cada uno.
No podemos olvidarnos que a este tipo de tertulias hay más participantes, y de los pesados. Por eso se acaban de reunir los siete más poderosos del mundo, el G7 que en Italia está deliberando si se arma o no la party. La primer condición es la destitución de Al Assad, algo fácil de pronunciar pero difícil de llevar a la práctica.
Ante la tensa calma que predomina en el ambiente, Trump ha mandado a su secretario de estado, Tillerson, a Moscú. El representante del «Señor odio a los mexicanos» buscará un diálogo face to face que podrá definir las posturas de ambos países en relación a la enigmática fiesta.
Todas estas circunstancias están flotando en el aire. Un aire que huele a hermetismo. Un hermetismo que se siente tanto como el sol a mediodía. No sabemos nada con certeza, desconocemos quiénes van a ir a la fiesta –si es que se hace– y de qué lado lo harán. Solo el tiempo aclarará estas dudas.
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