El voto visceral del pueblo mexicano.
Revolución moral…

El voto visceral del pueblo mexicano.

Del discurso simple de Obrador a la manipulación de la información de Anaya.

El segundo debate presidencial descubrió las dos visiones de quienes pretenden gobernar a la nación: por un lado, se encuentran las ideas simples, faltas de propuestas concretas y en ocasiones vagas de Andrés Manuel López Obrador; por otro, la manipulación de las cifras, la información y la capacidad de oratoria del abanderado panista, Ricardo Anaya Cortés.

Este último es el candidato de la élite poderosa de México; todos aquellos que ven en el ascenso de Obrador un «peligro», buscarán al panista para intentar menoscabar el poderío político del tabasqueño; incluso los priistas, al ver bastante rezagado a su candidato, correrán a los brazos del siempre seductor y «único capaz de derrotar a Obrador».

Esa frase representa mejor que nunca a la política mexicana, no se trata ya de propuestas, ni de la manera en la que se llevarán a cabo, sino de impedir la llegada del opositor número uno de la «mafia del poder» —como él mismo la llama— a los pinos. Tanto han menguado (las propuestas) que la mejor carta de Obrador ha sido  repetir hasta el cansancio su lucha contra la corrupción e implementar una, bastante ambigua,  «revolución moral».

Por el contrario, Anaya ha buscado simpatizar con quienes aún creen en las instituciones, ese grupo de mexicanos a quienes les va bien; por lo tanto, no quieren perder sus empleos, beneficios y nivel socioeconómico con la llegada de un presidente que podría no saber manejar la economía nacional, ni entablar relaciones con el extranjero; un candidato que promete —según el mismo Anaya— ideas del pasado.

Tal vez la revolución moral de Obrador represente una idea bastante simple y «ocurrente» —muchas de sus propuestas han sido calificadas así—, sin embargo, millones de mexicanos la ven necesaria: no creen en las instituciones, tampoco en sus gobernantes, están cansados de los escándalos de corrupción, tienen una pésima imagen de Enrique Peña Nieto, el PRI y el PAN les han entregado tres sexenios lamentables, desastrosos y con un sinfín de promesas sin cumplir, además de unas crisis de seguridad y económica dignas de la popularidad que consiguieron.

A propósito de las fechas, recuerdo que el último día de mayo en 1820, la Corona española decidió poner fin (en la Nueva España) a casi 250 años de abusos y torturas ocasionadas por el Tribunal de la Santa Inquisición, aunque la resolución tardó 10 días en llegar a tierras americanas, un año antes de consumarse la Independencia de México, quedó abolida de manera oficial la Inquisición.

Aunque España decidió excluir a los indígenas del yugo de la Inquisición, no fue necesaria su participación (al menos oficial) para que los nativos americanos sufrieran de torturas, malos tratos y castigos inhumanos propios de la época y de una de las instituciones más oscuras en la historia de la humanidad.

Tras la resolución de la monarquía española, al menos 70 hombres exigieron la liberación de los presos frente a la sede de la Inquisición. Cuando llegaron a las puertas del lugar ―escribe una crónica de la época— exigieron les abrieran. Ante la falta de respuesta, gritaron: «¡Bala con ellos!». Las puertas se abrieron de inmediato; no obstante, los reos no sabían qué pasaba; pensaron, incluso, que eran los mismos inquisidores que acudían por ellos, para llevarlos a la hoguera.

Tiempo después, y ya liberados los detenidos por la Inquisición, el Virrey Juan Ruíz De Alarcón intentó reincorporarlos a la sociedad, pero los estragos del Tribunal de la Santa Fe eran demasiados. Fueron necesarios muchos años más para eliminar todo rastro del temor que existía entre los habitantes de la Nueva España, quienes continuaban pensando que serían denunciados: cuidaban sus palabras y nadie, ya sin Inquisición, se atrevía a cuestionar el pensamiento católico.

Por supuesto, no cesaron los abusos: permanecieron como costumbres arraigadas en el actuar cotidiano y con el tiempo se convirtieron en la aceptación de una de las religiones más importantes del mundo, misma que encontró en suelos aztecas, una gran multitud de seguidores, quienes temerosos o no, la hicieron suya.

Sería lamentable que, como el arraigo de la religión católica, la violencia y la corrupción que se viven en México sean aceptadas por los ciudadanos; despreciable será si con el tiempo nos acostumbrásemos a ellas, que no nos importaran los muertos, los desaparecidos, los robos, las violaciones; que viéramos con asombro, pero sin desprecio, las atrocidades de una élite intocable (en muchas ocasiones) dentro del pueblo mexicano.

Tal vez la revolución moral que propone Obrador, no sea la mejor de las propuestas presidenciales, pero es sin duda el reinicio que muchos mexicanos desean, una emancipación de las actuales estrategias de gobierno que tan fastidiados los tienen. Podrán equivocarse o no, pero millones entregarán su voto al que les proponga un cambio en el sistema político, otros más se lo darán a quien prometa convertir a esas instituciones en entes creíbles y confiables.

Es necesario recordar que la abolición de la Inquisición también responde a la lucha de Independencia. Durante las cortes celebradas en 1812, ya se había tomado la decisión de terminar con el Tribunal de la Santa Fe, aunque, tres años después, esa decisión fue revocada para su posterior eliminación antes de consumarse la Independencia mexicana de la monarquía española.

Así, el sentir nacional ha sido y será la moneda de cambio para elegir a los gobernantes, para intentar consolidar (y consolar) a un país lastimado en demasía. Parafraseando a Peña Nieto, el próximo 1 de julio, los mexicanos elegirán a su gobernante con la víscera más que con la razón.

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