«La paz del mundo», es el deseo estereotipado que muchas modelos utilizaban para ser aplaudidas en los certámenes de belleza, con esa frase parecían mostrar la parte más humana de un concurso basado en estrictos estándares físicos que muy pocos mortales pueden cubrir. Foto: Proceso

«La paz del mundo», es el deseo estereotipado que muchas modelos utilizaban para ser aplaudidas en los certámenes de belleza, con esa frase parecían mostrar la parte más humana de un concurso basado en estrictos estándares físicos que muy pocos mortales pueden cubrir.

Pero más allá de la superficialidad de esos concursos internacionales, hay un trasfondo en esa frase que parece simple y risible en la era de los millenials que buscan sociedades que se apeguen a sus condicionamientos y no al contrario; pues desear la paz del mundo, en pleno siglo XXI, denota que a la fecha no hemos aprendido de historia y seguimos cayendo en el mismo error o no somos ignorantes y comprendemos los beneficios económicos de las guerras.

La cara de Donald Trump quedará registrada para la posteridad como el bad hombre del siglo XXI, aún se desconocen los alcances que puede tener su gobierno; pero lo cierto es que desde sus primeros minutos de gobierno, se desató la inestabilidad, en ámbitos políticos, económicos, sociales y hasta culturales a nivel internacional.

Donald Trump, el magnate que logró ser presidente en la realidad alterna de Volver al Futuro, logó posicionarse como el personaje malvado de este siglo, con un estandarte bélico, que promueve, con falacias, el odio a lo diferente.

Con ese estandarte bélico reluciendo en su política exterior, Donald Trump promueve un veto migratorio a siete países, que en su mayoría son musulmanes, asimismo, aseguró que construiría un muro fronterizo que México terminaría pagando, y las malas lenguas de la comunicación aseguran que también ofreció enviar tropas estadounidenses a territorio nacional, para acabar con el narcotráfico.

En ese contexto, el Estado mexicano se ha mantenido con una postura de muñeca de porcelana, es decir, con la misma expresión fría, sin mostrar ni miedo, ni calma y asegurando que continuará sus relaciones bilaterales con Estados Unidos, dejando de lado a la América Latina, que tiene un gran potencial económico; a pesar de que empresas japonesas y alemanas ya dudan de sus inversiones en este país.

Pero también, México ha lanzado un nuevo escenario, en el que aseguran que las Fuerzas Armadas deben comenzar a actuar, tanto en las estrategias hacia el exterior, como al interior del país.

Resulta irónico que ante la inestabilidad y el desconcierto, una de las principales estrategias sean apuntar a la fortaleza de las Fuerzas Armadas. Cienfuegos asegura: «Ante escenarios complejos, las Fuerzas Armadas seguiremos siendo y dando prueba de que somos sólido soporte para la viabilidad del país». Y claro, son un soporte tan grande que en México, el Ejército es conocido por su implicación en casos injustos como el de Tlatlaya, en la que militares ejecutaron a 15 personas.

Por otro lado, dejando de lado uno de los tantos casos en los que el Ejército ha violado los derechos constitucionales, las Fuerzas Armadas son parte del campo semántico que engloba a las guerras.

Mientras la Fuerza Armada apunta a un discurso de seguridad nacional, también es evidente su relación con lo caótico, lo bélico y lo sangriento. Y es que no explican que hablar de seguridad nacional tiene un enfoque más económico que humano.

Las guerras, así sean externas o internas, también representan un gran negocio, como la del narcotráfico que Felipe Calderón impulsó en su gobierno, y que generó un incremento en la movilidad de estos grupos delictivos que expandieron sus territorios y sus negocios en las comunidades más olvidadas del país.

Internacionalmente hablando, la guerra tampoco es sinónimo de seguridad, pues estos conflictos contribuyen con el sistema económico, su objetivo no es salvaguardar la seguridad de niños que lloran desolados por la pérdida de sus padres, sino asegurar a un hombre de poder, la extracción de petróleo, gas o el expolio de recursos naturales. Por eso, cuando algún pueblo indígena defiende sus territorios de alguna trasnacional, la violencia llega a resguardar el interés económico de los privilegiados.

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