Muchos mexicanos se emocionaron en aquel lejano año de 1993, cuando, en el mes de noviembre, nuestro distinguido presidente Carlos Salinas de Gortari firmó el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, junto con George Bush y Brian Mulroney, precisos gringo y canadiense respectivamente.
La razón era sencilla: a partir del primer día del 1994 iban a poder disfrutar de prestigiosas marcas gabachas de ropa, tenis y demás productos que, hasta ese momento, no se podían adquirir en territorio mexicano. Para eso era necesario tener parientes del otro lado del Rio Bravo o, en su defecto, poder ir a turistear a la tierra del Tío Sam para traerlos como parte de los souvenirs.
O que estos mexicanos no sabían era que esto alimentaría el consumismo y, de paso, un buen golpe a la economía nacional. Porque si bien es cierto que las exportaciones e importaciones iban a crecer, el precio sería algo caro. Porque la economía mexicana no es del mismo tonelaje que el de la estadounidense ni canadiense. Digamos, en términos boxísticos, que nuestra economía es peso mosca y la de nuestro vecino del norte es peso completo.
Una «batalla» dispareja por donde se le vea. Por algo hay divisiones de pesos en este deporte. Lo que hizo más marcada esta diferencia, fue la mala chamba que hicieron, ya sea por incompetencia o mala voluntad. Esto hizo que el intercambio entre las tres naciones no se fijara con las condiciones óptimas para todos los involucrados.
Las cifras están ahí. Cuando se cumplieron dos décadas de este tratado, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) dio a conocer que la economía mexicana había presentado un balance mayoritariamente negativo desde su implementación. Lo que confirma esta tendencia, es que sólo en tres años, de los 20 años transcurridos, las ventas de productos mexicanos al exterior han sido superiores a las importaciones realizadas.
Un factor que influyó en esta mala tendencia para nuestro país, fue la devaluación del peso. Esta situación abarató las ventas al extranjero y, como efecto dominó, encareció las compras que hacíamos desde afuera.
No podemos obviar que, gracias a nuestro sistema neoliberal, durante este tiempo se ha agudizado la desigualdad en México. Los acuerdos del TLCAN benefician a los grandes corporativos y empresas, que regularmente son amigos o familiares de quienes ostentan el poder en el país, es decir, los criminales de cuello blanco. Esos mismos que al firmar convenios multimillonarios se olvidan de los campesinos, pescadores y demás mano de obra mexicana, que en realidad son quienes solventan y cimientan estas relaciones y, de paso, las mansiones y vacaciones alrededor del mundo de esos que dicen procurar el bien común.
Tal vez la «recapacitación» de Trump sobre no dejar el TLCAN sólo haya obedecido a que negociará, pero sólo aceptará firmar bajo sus condiciones. Nada nuevo y menos con él como mandamás gabacho. Entonces, quizá solo tengamos que conformarnos con seguir usando tenis Nike, pantalones Pull&Bear y playeras Abercrombie. ¿Resignación o conformismo?
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