Trump entró en trance y salió a merodear el ambiente. Sus fosas nasales percibieron olor a napalm; sus ojos vieron sangre por todos lados; sus oídos escucharon el estruendo de misiles y bombas, así como los incesantes gritos de sirios o norcoreanos que pedían clemencia. La sensación le gustó y –cual niño aferrado y caprichoso– se obsesionó con la idea de una guerra más para su ejército.
Desde sus declaraciones, en las que manifestó que Estados Unidos necesitaba ganar una guerra, se vieron las fatales consecuencias de elegir como presidente a un hombre que se rige más por el estómago que por el cerebro. Un magnate prepotente e iracundo que puede ser exitoso en su ramo, pero que, como principal conductor de una de las naciones más potentes del mundo, seguro escribirá en la historia algunos de los episodios más lamentables y críticos del siglo XXI. Pero es lo que hay y ya está.
Todo lo que envuelve el ataque estadounidense a Siria refleja la insensatez de Trump. Se dice que su hija Ivanka se indignó tanto por los ataques con armas químicas en suelo sirio que instó, airadamente, a su padre para tomar cartas en el asunto; por otro lado, la ofensiva de Estados Unidos puede ser sólo una provocación para China y Corea del Norte, quienes están tan relacionados como comprometidos con la misma causa. No olvidemos que los chinos apoyan «a muerte» a los norcoreanos en cuanto a armamento se refiere.
Si esto se confirma, los norteamericanos están tratando de «encontrarle tres pies al gato sabiendo que tiene cuatro». Saben que no hay un posible y pronto acuerdo con el conflicto sirio, por lo que esto es sólo el pretexto para que su presidente sacie sus ganas de pelear. El ajedrez internacional que se está armando en medio oriente podría no ser tan complejo, y pareciera ser más bien un rompecabezas tan simple como uno de cinco piezas.
Trump aparenta, como puede, estar bien en la medida de lo posible con chinos y rusos, pero sabe que sus intereses, tarde o temprano, van a tener que romper ese hilo tan fino que sostiene sus nexos con estos países.
Porque, fundamentalmente, los históricos intereses acaparadores e intervencionistas de nuestro vecino país del norte siempre lo traicionan, así como a su actual mandatario lo rebasan sus aires de grandeza y su razonamiento de niño mimado, el cual se une con su nula madurez para tomar decisiones.
El trance de Trump sigue su curso. Pero no es el único que es víctima de un viaje de este tipo: los máximos mandatarios de Rusia, China y Corea del Norte también experimentan esto. Esperemos la respuesta no diplomática de estos países. No vaya a ser que al presidente gringo se le hace volver a experimentar esas sensaciones pero en la vida real.
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