La plaza del ajolote
Las leyendas del siglo XXI
En el periodo virreinal apareció una de las leyendas más escalofriantes en la historia del país y, quizá, uno de los cimientos que aún hoy mantienen una evidente violencia contra las mujeres. La Mulata de Córdoba evidenció los temores y el carácter opresor durante el periodo de conformación de lo que hoy llamamos México.
Cuenta la leyenda que una mujer —algunos textos la llaman Soledad— fue acusada de ser una bruja, una hechicera al servicio del diablo, practicante de la magia negra y a quien, en alguna ocasión, se le vio en Córdoba (su ciudad natal de donde la leyenda cobra su nombre) y en la ahora Ciudad de México al mismo tiempo, por lo que fue condenada por el Santo Oficio a morir en la Hoguera.
Aunque la Inquisición fue abolida en 1813 mediante las Cortes de Cádiz, 200 años después, los prejuicios, las costumbres y la posición privilegiada desde lo masculino fungen como los nuevos ojos inquisidores, esos que tienen la capacidad de castigar, ignorar y mutilar los derechos de todas ellas, víctimas de siglos de señalamientos y torturas en su contra.
El pasado domingo, mientras la tarde apenas amenazaba con dispersarse, los llantos de una joven —no mayor a los 25 años— irrumpieron con la aparente tranquilidad de uno de los municipios más peligrosos (una vez más para ellas) del Estado de México.
Las miradas voltearon al unísono y se plasmaron sobre los pies descalzos y los movimientos desesperados de la joven que parecía solicitar ayuda a dos vecinas. Entonces, varias voces masculinas escupieron las primeras palabras: «Es una pinche loca», «seguro anda peda», «o pasada» —lanzó otra voz—, pero nadie se acercó a ella que ya hablaba (por teléfono) con una operadora. «Estoy en frente de una tienda, no tiene nombre. Si, aquí me quedo».
Pasaron algunos minutos para que los vecinos aparecieran —antes que las dos patrullas y la ambulancia—, sin embargo, los ataques no cesaron, se le acusó de merecerlo, de andar en malos pasos, «quien sabe qué andaba haciendo»; otros más aventurados quisieron recordar su rostro en los puntos más peligrosos del barrio, esos donde se vende droga y todos lo saben, los mismos donde, un día, se detiene a un par y, al otro, dos más amanecen muertos.
«¡Ya no estés de dramática, vámonos!», le solicitó un individuo a la joven que yacía —ya con más sollozos— en la banqueta y quien aseguró que se trataba de su marido, el mismo que desapareció cuando la primera patrulla apareció y minutos después de terminado todo deambulaba, entre ausente y precavido, por las aceras de ese barrio cualquiera del Estado de México.
Por su parte, la Mulata de Córdoba fue acusada por muchos hombres, tal vez los mismos que se vieron beneficiados con los cuidados y rezos que la mujer practicó en sus hogares, pues la leyenda cuenta que su bondad y sus talentos para la hechicería (medicina) eran inmensos y jamás se negó a ofrecerlos a los menesterosos, pero ellos (los hombres) que en muchas ocasiones requirieron sus cariños sin éxito alguno, decidieron asegurar que la mujer estaba dedicada a Satanás, razón entonces, de sus desprecios.
Al ser encarcelada frente a la plaza de Santo Domingo, la Mulata dibujó —con un carbón que encontró sabe dónde— un barco en una de las paredes de su prisión, con una calidad en los detalles que provocó la visita de sus carceleros para mirarlos. A uno de ellos le preguntó qué le hacía falta a su navío, este respondió que nada.
—Lo único que le hace falta es andar.
La mujer entonces saltó hacia la pared, se embarcó en su dibujo y se perdió por una de las esquinas de su celda.
La historia para la mujer del Estado de México terminó con la llegada de sus familiares, quienes aseguraron que sufría un problema de adicciones; la consolaron y la llevaron (en compañía de la ambulancia) a una clínica, pues sufría una crisis de ansiedad producto de una sobredosis. Ella también desapareció por una esquina que doblaba hacia alguna parte, frente a los ojos de sus inquisidores, que poco tardaron en regresar a lo suyo, a nada, a este México que a veces da náuseas.
Por: Xólotl
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