Antes de aterrizar en Madrid, en octubre de 2005, estaba poco familiarizado con las variantes ibéricas del español.

Más allá del acento, la entonación y las diferencias fonéticas, me llamó la atención el uso de de una conjunción preposicional que desconocía: “a por”.

La escuchaba en la radio, en la televisión, en anuncios de televisión y la leía en los periódicos. Estaba en todos lados.

No era la única variación que me resultaba chocante. En el telediario decían “cacahuete” o “chapapote” sin el menor reparo al orígen Náhuatl de los vocablos.

Asimismo, descubrí que es frecuente el uso del verbo “explosionar” para hacer referencia a hacer detonar intencionalmente un artefacto, lo cual en México solamente es hacer “explotar”.

Las discusiones con profesores y compañeros de periodismo por el uso del lenguaje nos llevaron con frecuencia al Diccionario Panhispánico de Dudas, donde todo se resolvió salomónicamente: hay formas de expresión son frecuentes en cada país hispanohablante.

La reflexión a partir de esta anécdota es que no hay una forma correcta o incorrecta de hablar el Español. Lo mismo aplica para el uso de la “e” para buscar expresar un género más allá de masculino o femenino.

El origen y finalidad de la “Gramática” publicada por Antonio Nebrija en 1492 era homogeneizar y facilitar la comunicación.

Desde su adopción como norma se ha modificado conforme la sociedad ha cambiado. El mejor ejemplo es la propia palabra ortografía. En el libro de Nebrija se escribía “Ortographia”.

El establecimiento de un “español correcto” es más bien un constructo del poder. Una herramienta de discriminación. Un arma en la lucha política para la construcción de fronteras entre un “ellos” opuesto a un “nosotros”.

Faltas de ortografía, errores de sintaxis y prosodia los cometen todos. Pero eso no califica a la persona que las usa como correcta o incorrecta.

Sin embargo, es frecuente leer en redes sociales reproches y calificativos como “ignorante”, “aprende a escribir” cuando alguien las comete y es de ideología distinta.

Este tipo de discusiones cobraron relevancia en la agenda pública en fechas recientes por los contenidos de los libros de texto.

Se han señalado erratas, que en cualquier texto ocurren, y que deberán enmendarse. En lo inmediato con una fe de erratas y con cambios para las siguientes reimpresiones.
Pero también ha estado en la discusión que los libros, al recoger usos como “dijistes” en diferentes regiones y estratos de México promueven un uso incorrecto del español.

Ante esto, diversos lingüistas han insistido que no hay un español correcto o incorrecto. Existe el español que usan los hablantes y que puede ser tan variado como la cantidad de hablantes que hay. Cada individuo tiene su idiolecto.

La “incorrección” al hablar es más bien un arma, un dardo que se pretende arrojar al oponente para descalificarlo de la lucha política.

Lo mismo aplica para quienes se mofan del acento tabasqueño del titular del Poder Ejecutivo como para quienes arremeten contra los “Tuits” que publica el expresidente Vicente Fox por su forma y no por su contenido.