Hay heridas que el tiempo no logra sanar y ausencias que el olvido nunca podrá llenar. Ojalá la cifra de desaparecidos en México fuera solo una ficción, pero lamentablemente, cada día desaparecen veintiséis personas. No solo cuerpos, sino vidas enteras que se disuelven en la niebla de la impunidad. Ante este abismo, el arte se erige como un faro en la oscuridad, como un acto de resistencia que se niega a sucumbir al silencio. En este artículo, exploro dos formas en las que la tragedia de la desaparición forzada ha sido abordada: el artivismo de Fabiola Rayas y la película Emilia Pérez de Jacques Audiard. Mientras una teje rostros con hilos de ausencia, la otra intenta transformar la violencia en una coreografía de dolor.
El artivismo es una corriente que fusiona el arte con el activismo para generar conciencia y provocar cambios sociales. No es solo expresión, sino denuncia. En este campo se encuentra Fabiola Rayas, quien a través de su exposición “Caminar el cuerpo desaparecido” transforma la memoria en un acto tangible. Cada puntada en sus bordados es un grito que se niega a desvanecerse; cada fotografía es una prueba de que el tiempo no borra el dolor, sino que lo profundiza. Su obra reconstruye los trayectos de la ausencia y resignifica el espacio, convirtiéndolo en un altar de resistencia. Porque la desaparición no es solo la ausencia de un cuerpo, sino la fractura de un hogar, la disolución de un futuro, la herida abierta de un país entero.
En contraposición, “Emilia Pérez” busca abordar el mismo problema desde la ficción cinematográfica, pero con un formato que ha resultado desconcertante para muchos: el musical. Si bien la película ha sido celebrada en festivales internacionales, en México su recepción ha sido mucho más crítica. La superficialidad en el tratamiento del tema y la desconexión con la realidad nacional han generado rechazo. La interpretación de Selena Gomez, por ejemplo, ha sido cuestionada por su falta de autenticidad en la pronunciación y entonación del español, lo que para muchos ha debilitado la credibilidad de su personaje.
Más allá de los aspectos técnicos y de casting, lo que a mi parecer resulta más incómodo y doloroso de la película es su incapacidad para transmitir con sensibilidad y respeto una crisis que ha marcado a miles de familias en México. La distancia emocional y el artificio del musical generan un contraste insalvable entre el dolor real y su representación estilizada. Mientras Rayas cose la memoria en cada puntada, Audiard convierte la violencia en una puesta en escena que, lejos de conmover, trivializa la tragedia. La ausencia de creadores mexicanos en el diseño de producción y vestuario refuerza la sensación de que la historia fue contada desde afuera, con una mirada que observa, pero no comprende.
El punto de mayor contraste entre ambas propuestas radica en su compromiso con la realidad. Mientras que Rayas se sumerge en el dolor de los familiares y convierte su obra en un acto de acompañamiento y protesta, “Emilia Pérez” se percibe como una mirada extranjera que intenta abordar la violencia sin comprenderla desde adentro. La diferencia fundamental entre ambas no radica solo en el medio que utilizan, sino en la forma en que se acercan a la verdad de las víctimas y a la autenticidad de sus historias.
En un México donde la impunidad es casi absoluta y las madres cavan la tierra con sus propias manos en busca de los suyos, el arte se vuelve un refugio, una trinchera, un arma contra el olvido. Fabiola Rayas demuestra que el arte puede ser un vehículo para la memoria y la resistencia, un recordatorio de que, aunque intenten enterrar la verdad, siempre habrá quienes la desentierren. Mientras tanto, “Emilia Pérez” pone en evidencia los riesgos de abordar temáticas sensibles desde una perspectiva ajena que, lejos de sensibilizar, termina por desdibujar el dolor.
Las desapariciones no son solo cifras; son nombres, rostros, historias inconclusas. Y mientras el arte puede dignificar la memoria, el cine tiene la responsabilidad de no desvirtuarla. En este país herido, donde el duelo nunca se cierra y la incertidumbre es una condena, la memoria es lo único que impide que la injusticia reine por completo. Si el arte es el lenguaje de los ausentes, que su eco resuene hasta que cada desaparecido vuelva a casa.
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