México lindo y querido, tantas páginas se han escrito sobre la irrealidad que impera en tus tierras, que ya no nos sorprende el hecho de que una denuncia por acoso sexual se convierta en una guerra de opiniones y troleo en las redes sociales, no contra el acosador, sino para enfrentar a la denunciante, que como bien indica el artículo femenino, es una mujer.

Por Eztli Yohualli

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México lindo y querido, tantas páginas se han escrito sobre la irrealidad que impera en tus tierras, que ya no nos sorprende el hecho de que una denuncia por acoso sexual se convierta en una guerra de opiniones y troleo en las redes sociales, no contra el acosador, sino para enfrentar a la denunciante, que como bien indica el artículo femenino, es una mujer.

La tecnología ha simplificado el acceso a la información y la manera en la que nos comunicamos por escrito. Con Internet, las labores de investigación se han facilitado y podemos ser unos nerds autodidactas saturados de tutoriales y manuales para reconfigurar la creatividad que nos ha coartado el sistema educativo; no obstante, esta libertad de aprender por nuestra cuenta contrasta con un fenómeno reciente, característico de las redes sociales: el troleo.

Para no abundar en el rastreo etimológico de esta palabra, definamos al verbo transitivo «trolear» como una manera de generar polémica en las redes sociales, a partir de insultos, falacias, bromas y comentarios sin sentido, con el objetivo de desacreditar a una persona o a un movimiento ideológico determinado, desde perfiles falsos para contagiar al buen «cristiano» que, sin uso pleno de razón, se une al tren del mame.

Para muchos, esta «facultad» de trolear es un simple acto de comicidad y argumentan que la realidad virtual es mera fantasía ―¿pa’ qué se preocupan?―; sin embargo, olvidan que lo cómico es en esencia crítica ―contrario al troleo que jode, principalmente, a posturas ideológicas «críticas» que cuestionan la normalización de la violencia basada en la convención social, como ejemplo: el feminismo―, y, sin duda, pasan por alto el hecho de que cada que al señor Trump se le ocurre tuitear alguna frase con desdén contra México, desde la comodidad de su escusado: el dólar aumenta, el peso pierde y la inflación incrementa; es decir, la realidad virtual de Mister Trump es directamente proporcional a la realidad económica mexicana, así que, sí tenemos que ocuparnos en reflexionar el tema, porque los límites entre lo virtual y lo «real» son sólo materiales y «lo material» corresponde sólo a un diminuto porcentaje del cosmos, necesario para otorgar a nuestros sentidos la percepción de la existencia.

En la sociedad virtual del troleo, lo «cómico» pierde su sentido crítico o satírico, deja de cuestionar las estructuras sociales, ―como lo hizo en su momento Giovanni Bocaccio, quien se mofaba de la institución religiosa haciendo alusión a la lascividad que imperaba en los monasterios con historias «graciosas»―  y se convierte en la normalización de la violencia: «Yo, humano trol, tengo el derecho de mofarme de tu crítica chaira, porque el mundo siempre ha sido así y hay que defender nuestros valores».

Por ese sentimiento «nacionalista» de defender a capa y espada los valores sociales, por muy anticuados y retrógrados que sean, las guerras se han vuelto cibernéticas. Algo que destruye nuestra empatía, porque mientras tengamos nuestro Smartphone en ambas manos y nuestra dosis mínima de likes y me encanta diarios, viviremos en el final de ensueño de los cuentos de hadas; por tal motivo, dejamos de lado la guerra en Siria, desconocemos la violencia contra Palestina, olvidamos fácilmente lo ocurrido en Guatemala y convertimos las tragedias en memes y jajaja’s que circulan en la realidad virtual, que no se ha salvado de contagiarse con la gangrena que denominamos: condición humana.

El troleo, en esencia, no es subjetivo; tampoco un actuar «inocente» de cibernautas que quieren divertirse, porque su contexto tecnológico los ha dotado de banalidad y deseos irreprimibles de divertirse con el otro. El troleo es perspicaz, tiene el olfato más agudo para detectar las publicaciones que apuntan a la reconfiguración ideológica a la que todos tenemos derecho. Por eso su objetivo primordial es la polémica; y para lograrlo, ataca las afirmaciones de otras posibilidades, con la misma resistencia ideológica que produce la masa social cuando le teme al cambio. El troleo es como aquella fórmula capaz de convertir conocimiento científico en destrucción, sólo es el punto medio que desata el choque entre fuerzas opuestas: Hiroshima y Nagasaki.

Rememorando, los troles son como la versión virtual de los porros preparatorianos que siempre estaban al asecho de los grupos de estudiantes que encabezaban las marchas y organizaban las movilizaciones estudiantiles. Y que, evidentemente, lograban poner a la sociedad en contra de los estudiantes que seguro: eran unos fósiles, mugrosos, pseudoestudiantes, chairos, grilleros y bla bla bla, ―¡Tranquilos!, sólo se lucha porque la educación deje de suprimirnos la conciencia histórica, no es nada personal―.

En ese sentido, los troles están al tanto de las minorías, esperando el momento indicado para viralizar un hecho y hacer que la masa de boquiflojos haga explotar la polémica, argumentando que tienen la libertad de emitir sus opiniones, pero suprimiendo la libertad de pensamiento que les haría reflexionar sobre los fenómenos desconocidos, sin descontextualizarlos en favor de sus falacias.

El feminismo se ha convertido en uno de los objetivos principales de los troles. En cada página o publicación alusiva a este movimiento, hay, por lo menos, un trol perdido en el tiempo y el espacio, liderando a las masas para que se unan contra las «mujeres traumadas, histéricas, feas y agresivas», cuya lucha ha ganado espacios en el terreno educativo, político y laboral. ¿O ya olvidaron que las mujeres no tenían ni siquiera acceso a la educación (por muy jodida que sea la educación que imparte el estado)?

A los troles no hay que temerles, nos son peligrosos, lo amenazante es que estos grupos cibernéticos sacan a relucir, con sus prejuicios y mofas, las opiniones de una sociedad que reniega al cambio y a ejercer su libertad de reflexionar ―Para no entrar en patrañas clasistas, el pensamiento no requiere un título para ser ejercido, basta con respetar las voces ajenas, escucharlas, dialogar y no postrarse en la idea de que la razón es dicotomía pura y uno siempre debe defender su posesión para ser el vencedor―.

El caso de Tamara de Anda, bloggera y periodista mexicana, ejemplifica esa reacción en la realidad virtual, que pierde de vista el fenómeno principal para despotricar contra una persona, contra un movimiento ideológico y santificar a un pobre taxista «bien educado por su madrecita santa que sólo quería halagar a una mujer», ―porque en este punto, los detractores conocían perfectamente al taxista y sabían que era incapaz de emitir mensajes lascivos en la calle; es más, eso es un mito urbano, en la calle nadie acosa a nadie, y las palabras nunca tienen otra intención gracias a la entonación: Game over!, lingüística―.

Lo que le sucedió a Tamara de Anda fue reinterpretado por los troles, quienes descontextualizaron una palabra, la arrancaron de su situación y la redujeron a ser un simple sintagma adjetival, cuyo significado no debe analizarse en función de la intención con la que fue expresado.

En este punto, afirmo que el problema no es la palabra «guapa», este adjetivo en sí mismo no es peligroso, lo amargo es que esa palabra sea empleada en la calle, por un desconocido, con una entonación lasciva y cuya intención es defender su potestad como hombre, de molestar a cualquier mujer que camine sola por las calles de la ciudad.

Así que no se sulfuren, hombres, no se les está quitando la posibilidad de halagar a una mujer CONOCIDA, ni se les quiere censurar el uso de la palabra «guapa», sólo se les pide que no emitan opiniones con entonaciones lascivas a mujeres que desconocen. Es desagradable.

Además todo lo sucedido, desde que el taxista interrumpió la vida cotidiana de Tamara de Anda, hasta la guerra cibernética en su contra, es una muestra más de que las mujeres siguen siendo objetos del escrutinio social, pues algunos lomo plateados siguen defendiendo su «derecho» de hacerte notar que, en la calle, les has despertado el apetito sexual. Siguen defendiendo que son ellos quienes deciden si una mujer ha sido agredida o es exagerada. Son ellos los que deciden cuándo está bien denunciar y cuándo es un privilegio aprovechado por el feminismo. Los troles sólo son los encargados de poner en marcha esta misión bélica, de viralizar el nombre de la víctima y mantener, casi en el anonimato, el nombre de su mártir.

Que si hay clasismo en el asunto, pues la sociedad mexicana es casi clasista por excelencia, pero es un clasismo inconsciente, circunstancial; pues el sistema educativo no ha hecho mucho por generar sociedades con conocimientos históricos.

Por eso la educación de una mujer se convierte en «privilegio», porque entre el barullo de opiniones se desdibuja el hecho de que la mujer luchó por tener acceso a la educación. Ahora, ese espacio ganado es comprendido como un fundamento para desacreditar una denuncia; en lugar de emplearlo como un ejemplo de que todos, absolutamente todos, debemos conocer las leyes que rigen nuestra sociedad, nos guste o no. (¿No notaron que muchos troles y haters de Tamara de Anda apelan a su soberbia intelectual y otros hasta le hablaron de sus tesis de psicoanálisis para desacreditarla? Es que al machismo le sigue disgustando que las mujeres accedan al conocimiento).

Quizá, si desde las aulas se hablara con libertad del feminismo, los troles tendrían la tarea más difícil; pero la educación no funciona así. Muestra de ello, es que el pasado 5 de febrero se conmemoró a la Constitución; sin mencionar que en 1918, la ley electoral de esa Carta Magna se modificó para estipular que eran ciudadanos mexicanos los VARONES, excluyendo completamente de cualquier derecho político a las mujeres. Pero esa lección histórica es casi políticamente incorrecta.

Así comienza en el siglo XXI, la guerra cibernética, la que nos distrae de la realidad, para que no trasciendan nuevas posturas ideológicas, y el mundo siga girando muy a pesar de la xenofobia, la guerra, los feminicidios y los discursos de odio que se han vuelto estandartes de, incluso, los políticos «más influyentes» de nuestros tiempos.

Ahora, la ignorancia ya no es fomentada sólo por lo institucional, las redes sociales se han apuntado a esta carrera de relevos con sus troles; y es sencillo, pues la sociedad aún no está lista para tanta información, prefiere intercambiar su derecho al pensamiento, por la facultad de convertir a los acosadores en los nuevos mártires del siglo XXI.

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