A inicios de noviembre falleció el economista británico Anthony Thirwall cuyo trabajo de investigación y formulaciones teóricas explican, en gran medida, por qué durante el periodo del llamado “desarrollo estabilizador” hubo tasas de crecimiento económico anual cercanas al 6% y el surgimiento de la clase media mexicana, mientras que en el periodo de apertura económica el promedio de crecimiento anual ha sido solo de 2% y con avances modestos en la reducción de la pobreza.
El trabajo académico de Thirwall y de su compañera mexicana Penélope Pacheco -ambos académicos en la Universidad de Kent, Canterbury-, recoge evidencia del fracaso del modelo basado solo en la apertura comercial y atracción de Inversión Extranjera Directa, en países en proceso de desarrollo como México.
Asimismo, aportan evidencia de cómo otras naciones, especialmente en Asia, emparejaron la apertura comercial con políticas de desarrollo de industrias nacionales y regulaciones de flujos de capital, el demonizado “proteccionismo”.
Asumiendo el riesgo de sobresimplificar, los estudios de Thirwall y Pacheco indican que, en el largo plazo, apostar por la llegada de empresas extranjeras a territorio nacional no se traduce necesariamente en crecimiento económico en el largo plazo.
Además, sin la suficiente regulación financiera y sin una política industrial, la llegada de IED junto con la apertura comercial puede desmantelar sectores económicos locales y no incidir en mejores en la economía de la población.
La Ley Thirwall expone que en el largo plazo el crecimiento económico de un país está condicionado al resultado de la balanza de pagos, es decir del resultado de cuánto exportamos menos cuánto importamos.
El modelo maquilador, al inicio equilibra la balanza de pagos con la llegada de inversiones, pero luego se vuelve deficitario pues llega un momento en el que se frena la llegada de IED y comienza la operación inversa de toma de utilidades.
La riqueza generada por la mano de obra local se fuga en gran medida en la importación de maquinaria e insumos y en el pago de dividendos a los dueños del capital. En el mercado nacional quedan salarios (no siempre competitivos) e impuestos. En ocasiones incluso se sacrifica la recaudación en aras de “atraer” proyectos.
Frente a la coyuntura actual del “nearshoring”, es decir la relocalización de empresas hacia zonas más cercanas a Estados Unidos, estamos en un momento histórico clave: repetir el error de apostar por el fallido modelo maquilador o aprovechar la ola para conectar la llegada de empresas trasnacionales con industrias locales y el fortalecimiento del ingreso familiar (mercado interno), de tal forma que se nos “fuguen” menos divisas por importación de insumos.
En términos de narrativa política y discurso, los políticos deberían dejar de festinar – como si fuese el camino de la salvación- las giras de atracción de empresas extranjeras y el libre mercado, y enfocar más la energía en las políticas de fortalecimiento de empresas y de mejora de los salarios.