En la guerra electoral que viene veremos surgir diversos escándalos, que buscarán minar la credibilidad y afectos hacia las personas que aspiran a los distintos cargos públicos.

La difusión de escándalos no buscan la verdad, la justicia o el mejoramiento del país. Su objetivo es muy claro, torpedear una candidatura.

Los escándalos consisten en la difusión de una transgresión cometida por un actor social: un político, un artista, un líder religioso.

Las transgresiones pueden ser reales o aparentes y versar sobre distintas materias: financieras, sexuales o políticas.

Las transgresiones pueden suponer delitos o violaciones a la ley o solamente alejarse de las pautas de conducta moralmente aceptadas.

En Estados Unidos se ha dado el caso del descubrimiento de la vida homosexual de un político ultra conservador que en público cargaba contra la diversidad sexual. Ahí no hay delito, solamente falsedad en la construcción de la imagen pública.

En los peores casos, las transgresiones implican riesgos a la salud, seguridad o integridad de amplios sectores de la sociedad: la compra de leche radioactiva efectuada por la Compañía Nacional de Subsistencias Populares en la década de los 80, por ejemplo.

Las transgresiones habitualmente se cometen con mucha antelación, pero quedan ocultas del escrutinio público por acción y omisión de las personas involucradas.

El estallamiento del escándalo, cuando comienza su difusión, genera una espiral de reacciones, a favor y en contra del transgresor. Esa primera oleada de acusaciones, réplicas y contra réplicas constituye la etapa aguda del escándalo.

En la etapa aguda se ven involucrados los periodistas, quienes funcionan como catalizadores de los escándalos al ir a buscar las reacciones tras la difusión inicial de la transgresión.

Para los medios de comunicación, el conflicto que implica un escándalo resulta altamente atractivo, en términos narrativos y de captación de audiencias. Resultan una “telenovela” donde las intrigas no son ficticias sino cometidas por personajes de carne y hueso cuyas decisiones tienen impacto en la vida cotidiana.

Las estrategias que emplearán los involucrados en un escándalo para intentan salir del ojo del huracán serán variopintas. La más efectiva, pero que llega a suponer la muerte política, será la aceptación de la culpa.

El “sacrificado” puede ser propiamente el transgresor o un chivo expiatorio, una pieza desechable para salir del paso.

Otra salida que seguro será socorrida será matar un escándalo con otro escándalo. Un equipo de campaña metido en la vorágine de un escándalo puede optar por revelar una transgresión cometida por los mensajeros del primer escándalo.

La lógica es sencilla. En persuasión importa tanto el mensaje como la credibilidad del mensajero. Si quien lanza la primera piedra no es una blanca paloma, el señalamiento que origina el primer escándalo puede diluirse y dejar indemne al transgresor.

Las campañas electorales son un campo fértil para los escándalos. En la carrera por un cargo público importa por igual apuntalar el posicionamiento propio como descarrilar al oponente.

Conforme se acerca la fecha de la elección se pueden intensificar la difusión de presuntas conductas transgresoras.

Las mejores balas pueden guardarse para el miércoles previo a la elección, el último día de campaña, cuando el tiempo para reaccionar y contrarrestar el golpe es casi nulo.